Concurso: El regalo misterioso / La libertad no tiene precio

La caja que le dejaron en el porche medía algo más de un metro en cada lado. Indiscutiblemente, el paquete iba dirigido a Francisco Rodríguez, pues sobre la caja estaban escritos su nombre y dirección. Pero por allí también venía una especie de tarjeta de regalo con una nota inentendible.

-Bueno, ¿qué idioma es este? – se preguntó Francisco-. Suena como cuti, pero no es.

Como buen ciudadano de los tiempos modernos, optó por introducir la primera frase de la nota en el buscador de Internet, pero el súper inteligente y sabelotodo de Google no tuvo ni idea de lo que allí decía.

-Caramba. ¿Y quién será el remitente?

Buscó por los otros lados de la caja y no vio escrito nada más. En eso le pareció que la caja se movía, pero se acercó a ella y no hubo más señales de movimiento.

Tomó un lápiz para tratar de buscar algún patrón que permitiera armar palabras a punta de sílabas, pero tampoco lo logró. Luego, gracias a que leyó en voz alta aquellas palabras extrañas se dio cuenta que era la lengua de los indígenas de la sierra, los que había visitado hacía algunos días junto a su grupo de Boys Scouts.

La mejor salida para dilucidar aquel mensaje era llamar a su jardinero Betulio Montiel, quien era oriundo de aquellas tierras y que también hablaba el idioma.

-Aló, aló. ¿Es Betulio?

-Sí. Dígame, Francisco –respondió el jardinero a través del celular.

-Mirá, Betulio, por favor, vení a mi casa un momentico. Necesito que vengas para que me traduzcas una carta que me mandaron de por allá de donde eres vos.

-Ah, pero si no es para chambear, el viaje hasta tu casa no me da resultado.

-Tranquilo, muchacho. Mirá que yo te pago.

-Pero no me vayáis a acomodar como la otra vez que me pagaste con harina amarilla y lentejas chinas de las que vienen en las bolsas del gobierno.

-No, Betulio. Esta vez te voy a dar unos cobres.

-Ah, bueno. Espérame un ratico que ya voy.

En ese instante la caja se movió un tanto más fuerte y Francisco sintió algo de temor.

-¡Válgame Dios! ¿Y qué molleja será la que me han mandado en esa caja? Espero que no sea una bomba. Aunque no creo que sea una maldad que me quieran hacer, porque al fin y al cabo soy un scout genuino, un hombre de bien y paz.

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En cosa de un cuarto de hora llegó Betulio y en el acto Francisco le puso el papel en las manos y el traductor leyó lo siguiente: “Saludos cordiales, estimado amigo. Espero que se encuentre muy bien de salud. En vista de que usted y su grupo de exploradores vinieron a mi comunidad y se portaron muy bien con nosotros, por aquí le estoy enviando un regalo, cuya manipulación requiere el uso de guantes. Atentamente, el cacique Suguanda.”

De momento a Francisco le dio temor abrir aquella caja imaginando que allí adentro pudiera venir alguna chica como regalo; pero respiró profundo y cuidadosamente comenzó a desmantelar el cartón. Luego se dio cuenta que lo que había allí adentro era un par de puercoespines dentro de una jaula de bambú.

-Mis parientes son así –opinó Betulio-. Si les dais un regalo, ellos también te dan uno a vos.

-Ya comprendo –dijo Francisco-. Cuando estuve por allá en una campaña de vacunación junto a los scouts, el cacique me preguntó que cuáles animales me gustaban, y yo le respondí que a mí me gustaban todos los animales, pero especialmente los que se hacen respetar. Por eso es que ha enviado estos animalitos.

-¿Y ahora qué vais a hacer con ellos?

-Voy a hacer lo correcto, lo que haría cualquier scout: devolverlos al monte, porque los animales salvajes nacieron para ser libres. La libertad no tiene precio. Ese sería el mejor regalo que le haría a la naturaleza y, al mismo tiempo, a mi comunidad de scouts en su segundo aniversario.

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