Concurso: Las Caraotas se comen: ¿Dulces o Saladas?/ Endulzadas con amor

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Siempre he comido caraotas, por supuesto, porque se trata de uno de los alimentos recurrentes en nuestra mesa. Durante los primeros años de mi vida, en la época en que residía en ese pueblo malintencionadamente honesto llamado Mucoelrío, mi santa madre, cuando debía preparar estos granos, necesitaba agua de lluvia, ya que según su vasta experiencia de esa manera se ablandaban más rápido, quedaban más suave y se evitaba la proliferación de gases en el organismo.

Había siempre, por esa razón, en el patio de nuestra casa, un envase de buen tamaño para recoger el agua que nos mandaba el cielo. Antes de la cocción de las caraotas, mi mamá las ponía a remojar desde el día anterior hasta el momento en que fuese a colocarlas en el fuego. Si quería acelerar el proceso, prendía la leña en el legendario fogón que se encontraba debajo de una mata de taparo desde los tiempos en que no existían en el lugar las cocinas de gas.

No debían tener muchos aderezos aquellas caraotas, debido a que se cocinaba con lo básico, pero quedaban supremamente exquisitas. A su lado era infaltable el arroz y el otro acompañante podía ser cazón guisado, carne mechada o cochino frito; si las finanzas estaban escasas, no era extraño que la proteína fuese el archiconocido huevo revuelto. Por lo general era un plato fuerte, que se servía en el almuerzo, y las caraotas eran dulces. Se cocinaban de antemano con ese toque azucarado.

Fue cuando salí del pueblo que comencé a probar estos granos salados. Recuerdo que, en un principio, me resultó muy desagradable, pero como esto sucedió en el comedor de la universidad, siendo un estudiante recién llegado, no quedaba más remedio que ingerirlos así o arriesgarse a pasar hambre y no era muy atractiva esta última opción. Después comprobé que casi nadie, más allá del pueblo, tenía por costumbre preparar las caraotas dulces, por lo tanto, tuve que olvidarme de eso y aprendí a comerlas sin el punto de azúcar.

Una vez que me gradué, comencé a trabajar y constituí mi propia familia, retomé la antigua costumbre de comer las caraotas con su toque dulzón. A mi esposa, por fortuna, también le gustan de esa manera, pero es un hábito raro entre los suyos, ya que ni sus padres ni sus hermanos suelen hacerlo. Es por eso que ella prepara estos granos sin azúcar y cada quien se la agrega cuando los tiene en el plato. Es una vieja práctica heredada de su hogar paterno, porque en el nuestro a todos nos gustan las caraotas dulces.

Tanto en la época que estuve en el pueblo como en estos tiempos viviendo en la ciudad, las caraotas han funcionado siempre como un fiel acompañante del arroz y su respectiva proteína, que puede ser pollo, pescado carne de res o cochino; es decir, casi nunca he comido una sopa de estos granos ni mucho menos el espagueti con caraotas que, de acuerdo con ciertas opiniones, es un plato muy común en muchas partes de nuestro país… De todas maneras, sin importar cómo las preparen o con qué las complementen, siempre las preferiré dulces.

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Invito a los amigos:
@uzma4882,
@loolluv y
@rosybelyepez

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_{Nota: Las imágenes que no están referenciadas con su respectiva fuente pertenecen al autor y fueron tomadas con la cámara del teléfono móvil, modelo: Samsung SM-A135M.}