Dicen que las casualidades no existen; todo es parte de un plan que excede al conocimiento de un simple mortal; fue así como el amargo sabor de la yerba fundió los corazones de dos extraños.

Si, era el final del invierno cuando este par de tontos se vieron por primera vez en una madrugada atípica que los enrumbó hacia lo desconocido.

Solo había un horrendo mate como excusa para calentarse y conscientes en el fluido de las salivas que forzadamente se tenía que compartir en esa bombilla.

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No, no había razones para decir que no; aún están los tontos sin entender el por qué todo estaba tan caliente después de un par de horas en lo que se suponía que era el invierno más frío en muchos años.

No podían esperar más; deseaban que las horas transcurrieran rápido para verse de nuevo y ya no fuera el amargo mate con sabor a piel que los fundiera.

Siempre hay cómplices, una buena excusa, un cupido que los empuje; pero no, ésta vez no; sólo deseaban que se repitiera una y otra vez la curiosa hora en la que sus almas quedaron ligadas para siempre.

Se cruzaron toda la primavera con la intención de compartir la yerba que un día los unió, esa que sabe a piel, a secretos, a miradas y parpadeos sin sentido.

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El verano los probó como por fuego y aún siguen anhelando fervientemente que ese sabor a piel se quede para siempre en sus memorias y sus días.

Ya se esfumó ese olorcito, ese que solo los que se aman saben que se siente, ese que solo perciben los que sufren en silencio y lo disfrutan como la primera vez.