Relato: Los Fairchild le mandan sus saludos

in Team México4 years ago

Amor, libertad, sueños.

Creí que tenía todo eso; creí que en la cúspide de mi vida ya podía ser feliz. Sin embargo, todo cambió de la noche a la mañana cuando descubro que mi hogar y mi vida me fueron arrebatados. En solo un instante, aquél hombre en quien confié ciegamente me había traicionado: bastó un par de naipes para darme cuenta de quién me había enamorado.

Mi padre tenía razón, siempre la tuvo: Ese hombre era un vicioso, y su vicio podría destruirme con la misma facilidad que un vampiro a su nordekai.

Con lentitud me levanto ante semejante panorama; a pocos metros de donde estaba, él me miraba con desconcierto e incertidumbre, como si no supiera qué hacer en aquella situación.

Su rival, sonriente, se levantó de la mesa diciendo que era un gusto hacer negocios con él. Luego, dirigiéndose hacia mí, el hombre me dijo: "Señorita Fairchild, un honor que haya venido esta noche. Las historias sobre su belleza no decepcionan".

Le miré con frialdad y le repliqué: "Lo mismo digo sobre usted, señor Hachett. Su reputación como jugador y como mujeriego lo preceden bastante bien. Ahora, en vista de lo sucedido, supongo que querrá discutir los términos".

"Sí, señorita Fairchild. Y quiero dejar en claro que esta propiedad no es de mi interés, pues respeto mucho a su padre y a su abuelo. Puede estar tranquila en ese aspecto".

"Se lo agradezco mucho, señor Hachett".

"Ahora, respecto al otro asunto, le informo que usted es libre de hacer lo que quiera a cambio de que el señor Edritch desaparezca para siempre de su vida. Como comprenderá, la puso en un penoso predicamento, del cual su padre está informado de forma cabal; no es la primera vez que este hombre se atreve a cometer semejante infamia. Si usted insiste en quedarse con él, saldría peor parada de lo que se encuentra ahora".

Miré a Sebastian; éste aún permanecía inmóvil. Avergonzado, por no decir otra cosa. Hachett añadió: "Su primera esposa, Justine, sufrió el mismo destino que usted; la apostó con un hombre obscenamente rico, un argentino para ser exacto. Él se la llevó a vivir en las Pampas. No la volvió a ver desde ese entonces".

Me quedé boquiabierta. "¡Él me había dicho que Justine había muerto de pulmonía!", murmuré.

"Esa misma excusa utilizó para librarse de los padres de Justine, quienes empezaban a hacer preguntas. ¿Ahora comprende, señorita Rose, de qué destino le he librado?"

Me limité a asentir con la cabeza. ¿Qué más debía decir? Mi padre de seguro se reirá de mí y me dirá "te lo dije" aparte de un largo sermón sobre el por qué es bueno conocer a la gente y el por qué no es bueno asumir el papel de salvadores cuando conocemos a personas que ya están hundidas profundamente en los vicios.

Con dignidad, respondí: "Entiendo... Y le agradezco, señor Hachett, por tomarse la molestia de sus actos. Lo que no entiendo es por qué usted accedió a semejante infamia".

"Es uno de tantos favores que mi familia le debe a la suya", respondió Hachett con humildad. "Informé a su padre sobre este encuentro hace unos días; me pidió encarecidamente que la ganara a toda costa y la pusiera en el primer tren rumbo a Londres. Eso y..."

Sin terminar de decirme las cosas, Hachett sacó un revolver de su bolsillo y, apuntándole a Sebastian, disparó. Mi antiguo prometido cayó gravemente herido mientras que Hachett me decía que mi familia le enviaban sus saludos. Yo me quedé estática; y creo que así estuve durante un buen rato mientras que Hachett, con delicadeza, me guió hacia el carruaje que nos esperaba en la entrada de la residencia.

Fuente de la imagen: Pexels

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