Max era inmigrante en un país extraño, a pesar de hablar el mismo idioma, enfrentaba a diario una cultura e idiosincrasia diferente a la suya, era afortunado al lograr un empleo como supervisor de calidad en una gran empresa de renombre internacional en ingeniería, pero pronto descubriría el lado oscuro de señalar los errores en el proceso, en especial, los cometidos en el área de producción.

El lunes por la tarde, Max acude al trabajo muy animado para desempeñar el segundo turno, registra su entrada y con la tableta en la mano, recibe el reporte de las actividades pendientes del supervisor saliente, un día más, ocho horas de recorrido, así empieza la ronda según el protocolo.

Luego de tres horas está algo aburrido hasta que observa tres personas desconocidas que acompañan al jefe de producción, un hombre agrío y arrogante que cree sabérselas todas. Apenas el jueves pasado, tuvo un fuerte impasse con él por haber reportado el fallo puntual que evitó una pérdida millonaria cometido en el área bajo su responsabilidad. Pensó en lo bueno de su actuación en procura de mantener la calidad que merece el cliente y en lo injusto de las palabras xenófobas proferidas en su contra por aquel hombre de ropas refinadas y trato déspota.

La inusual reunión le intrigó de tal manera que guiado por la intuición se encaminó con prontitud a la sala de control para inspeccionar los registros del sistema de cámara y audio. Lo que descubrió lo dejó atónito, sus oídos y ojos no daban crédito a la acción nefasta pretendida por el segundo al mando en la empresa. En su interior sabía lo que debía hacer y ponderaba el riesgo que asumía, callar era una opción, seguramente no era la primera vez que él lo hacía, lo que explicaba el exceso de confianza con que actuaba; una vez resuelto, preparó con lujo de detalles el reporte que posteriormente envió al finalizar el turno a su jefe y con copia al Gerente General, guardándose para sí, un respaldo.

El martes en la mañana, Max recibe un mensaje de texto del jefe de calidad informándole que está suspendido hasta nueva orden por instrucciones del Gerente General, y tres días después recibe una notificación de despido por parte de recursos humanos, la causa, inasistencia injustificada. Al instante comprende el alcance del conflicto de intereses, así que busca el portátil y envía un e-mail adjuntando el reporte a las oficinas centrales de la corporación, no espera que lo restituyan al cargo, solo que prevalezca la justicia.

Pudo haber callado y continuar laborando, pero las palabras hirientes, el idealismo y el compromiso con los clientes no se lo permitieron, ahora debía buscar otro empleo o emprender uno acorde con sus intereses.