Hany recordaba su difícil niñez, vivían con mucha estreches, aun teniendo nueve años, dormía en la cuna con su hermanita Karen, quien era menor en dos años y no comprendían las fuertes discusiones que sus padres solían tener por todo.

Compartían la habitación matrimonial con sus padres, la cuna estaba muy pegada a la cama, al bajar de la misma pasaba encima de su hermana para ir al baño, procuraba no hacer mucho ruido, el carácter rígido de su padre reflejaba un complejo de militar, como verán, era incapaz de prender la luz del cuarto. Ese era uno de sus primeros miedos.

Al atravesar el pasillo con la luz apagada para no despertar a su padre, sin querer, en plena oscuridad, asustaba a sus dos hermanos mayores al tropezarlos, ellos dormían en la colchoneta sobre el piso. Una vez despiertos, les pedía cuidaran la puerta del patio, temía que el viento la cerrara y se quedara por fuera y sin luz. Era importante no despertar a su padre, porque por uno pagaban todos. Temía ir al baño ubicado en la mitad del patio en oscuridad de la noche, aun así nunca se atrevió a despertar a mamá, todo lo hacía en silencio.

Con el tiempo les compraron una litera y los sacaron de la habitación, eso fue lo mejor que les pasó, ya no presenciaban las discusiones. Pero continuaron sus miedos, ahora por las arañas que solían pasar por las rendijas del techo de zinc del cuarto. En cambio, a su hermana la atormentaban las cucarachas voladoras, unas grandes pesadillas en aquella época. Otro mal recuerdo, el tiempo de lluvia, el agua entraba y debían que colocar ollas y potes por toda la casa para evitar que se mojaran las camas y algunos enseres.

Hoy Hany le da gracias a Dios por darle fortaleza y fe, al superar y dejar atrás todas las limitaciones en un mal recuerdo. Apreciar y valorar cada detalle y las oportunidades que les brinda la vida fue un gran aprendizaje.