En mi época de universidad, con motivo de emprender conocimientos prácticos en nuestra carrera como ingenieros industriales, nuestro profesor organizó un viaje a una empresa productora de jugos. Todos estábamos muy emocionados y ese día acordamos ir temprano a la universidad, el punto de encuentro, para luego embarcarnos en un Bus que nos llevaría a esa mágica aventura.

Desde siempre cuando viajaba con mi familia, mi madre se ponía nerviosa en la carretera, en cambio yo me creía inmortal y pensaba: “Un accidente les pasará a todos menos a mi”. Pero este pensamiento cambió varios años después.

El viaje a la empresa de jugos quedaba en otra ciudad, y como yo mareaba en carretera, traté de dormir. Los demás alumnos en cambio, hablaban sin parar, quizás emocionados. De pronto, comenzaron a gritar, pero yo no les hice caso, seguí con mis ojos cerrados tratando de dormir, y pensaba: “Por todo gritan”. En esos momentos, se sintió como que el bus cayó en un hueco, ellos no paraban de gritar, y yo aún así, seguía tratando de dormir, hasta que el movimiento fue tan fuerte, que caí al piso, al igual que los demás, uno sobre el otro.

Cuando levanté mi cara vi como estalló el parabrisas, enseguida me cubrí la cara y pensé: “Voy a morir”. Al cabo de unos segundos, el bus se detuvo, la gente entró en pánico y comenzaron a salir. Yo estaba inmóvil, no podía salir, todos me pasaban por encima, fui la última en abandonar el bus.

Cuando salí muchos se habían cortado y tenían sangre en sus rostros, esa escena me partió el alma y rompí a llorar. En esos momentos entendí lo frágil que es la vida.