Soy de penar de que cuando uno recibe un obsequio que fue dado sinceramente sin esperar nada a cambio, se convierte en una acción que puede mejorar cualquier relación.

Si pasa de manera contraria, dejaría de ser un obsequio y se convertiría en una transacción. Esto debido a que se esperaría una acción similar como respuesta. Digamos que sería como esperar el producto después de pagar.

Es por ello que cuando el obsequio parte de una acción sin esperar nada a cambio, que parte de un verdadero sentimiento que va desde la amistad, respeto, admiración o amor, deja de tener algún valor económico.

Es allí en donde el contenido de lo recibido llega hasta a perder relevancia. Es el gesto, en muchos casos, que se revaloriza. Claro, recibir un obsequio que pueda entrar en el grupo de alta gama no es malo, pero no siempre es necesario recibir algo bajo este parámetro para sentir que quien nos lo da nos aprecia.

Ha sido muchas las veces en las que he recibo obsequios memorables, algunos tangibles, otros no perecederos y otros que los tengo guardado en mi baúl de los recuerdos.

Tangible: Hace algunos años un gran amigo de origen español amante del futbol, igual que yo, tuvo el detalle de traerme desde España un regalo que todavía conservo. Él es oriundo de Barcelona, capital de Cataluña. Fue a la tienda de productos del FC Barcelona en el estadio Camp Nou y me trajo a Venezuela la franela de la primera equitación del equipo y una gorra del mismo club. Este detalle fue algo muy importante para mí, sobre todo tomando en cuenta que él es seguidor del archienemigo del club catalán. Todavía conservo la franela.

No perecedero: Hace algunos años tenía una gran amiga que también era mi jefa en la posada en donde trabajaba en la época en que viví en el poblado costero de Choroní. Una mujer bellísima, interesante, inteligente que me gustaba mucho, pero estaba esa barrera de amistad y laboral que me hizo no avanzar más de lo debido. Ella hizo en su momento un viaje al extranjero a visitar a su hermano, de regreso me trajo como obsequio un gran envase que contenía dulce de leche, algo muy identificativo de la dulcería argentina. Puede que el obsequio pueda ser considerado algo insignificante pero lo que lo hizo especial es que, aparte de su hija y su madre, fui la única persona a la cual ella le trajo un detalle de su viaje. Para mí esto fue bastante significativo y especial.