Hoy quiero unirme a este Concurso de Escritura de Cuentos como mi primero del Engagement Challenge. Seguro que a @reinamia y a @kunwal les encantará unirse a este concurso :)

Imagen en el Post del Concurso

Un relato, 1999

Justo antes del ocaso, cuando el sol y se retiraba discretamente, desmayando poco a poco, los álamos se erguían y desperezaban sus ramas en lo alto. Apenas comenzaba el mes de mayo; el lienzo de donde nacía del bosque era un tapiz de colores danzantes en relieve. Era justo en esos pocos minutos antes de caer la noche, que se les podía ver. Eran dos figuras a mitad del bosque; un hombre y una mujer, vestidos con ropas antiguas. Nadie sabe si seguían allí al oscurecer; no había forma de ver desde lejos y nadie se atrevía a entrar.

Me encantaba cómo mi padre me contaba esta historia una y otra vez, cambiando cada algún detalle, para aumentar la tensión.

Y, por supuesto, cuando mi padre terminaba su relato, mi madre se encargaba de explicarme con detalle cómo es que se había formado aquella leyenda de “los novios del bosque” y toda clase de supersticiones de la "gente ignorante del pueblo" alrededor de este suceso. Pero estas aclaratorias racionales no me interesaban; a mí me atraía mucho más el misterio de aquel bosque porque estaba atado al mío propio. Ella lo sabía; siempre supo ver a través de mí —aunque no lo suficiente.

El incidente de 1989

Habían pasado diez años desde aquella tarde en la que estuve inexplicablemente perdida por una hora en ese mismo bosque. Yo tenía apenas tres años y ahora mismo mis memorias de aquel acontecimiento son significativamente ambiguas. Unos años después, me contaron sobre cómo aparecí sin más, de repente, en un sitio adonde con certeza ya me habían buscado: Paralizada y muda, Amelia; estuviste sin moverte por tres días; pensamos que ya nunca volverías a hablar o a caminar. Realmente no recordaba ese momento, no en ese entonces. Mis padres me prohibieron entrar o siquiera acercarme a aquel bosque.

El tema era tabú en la familia y se referían a él como “el incidente”.

El árbol marcado, 1899

Richard Cáceres y Julia Guzmán estaban comprometidos para casarse desde hacía un año. Y aunque apenas faltaban un par de días para la boda, las familias no aprobaban paseos nocturnos, o muy lejos, o muy solitarios. Así que usualmente, se iban al bosque de los álamos, que era parte de las tierras del abuelo de Julia. Él la visitaba tres tardes a la semana, como era permitido, y ella se iba de su brazo a caminar entre las galerías iluminadas y modestamente floridas.

Había el rumor de una pareja desaparecida hacía, quizás, cien años. Contaban las abuelas que en aquel bosque aún habitaba aquella pareja, esperando el momento de que alguien los ayudara a salir, para poder descansar en paz. Se decía que si encontrabas el árbol marcado con sus nombres dentro de un uróboros con forma de corazón y los llamabas tres veces, aparecerían ante ti y te darían el secreto de la vida eterna.

Un día a mitad del acostumbrado paseo, Julia insistió en ir lejos, mucho más lejos que ningún otro día. Richard, nervioso, trató de persuadirla sin éxito. No le quedó más remedio que seguirla. Luego de aproximadamente media hora de caminata, la vegetación se tornó mustia y el terreno, escabroso. Pero esto no detuvo a Julia, quien ignoró por completo las súplicas de aquel muchacho temeroso y sofocado. Pisaba el terreno encharcado con una determinación que hubiera levantado sospechas en cualquiera; era como si supiera exactamente adonde ir. Al cabo de unos minutos, finalmente Julia lo había encontrado: el árbol marcado.

Mudanza inesperada, 1999

Con el tiempo, mamá supo que terminaría por desobedecerla, que tal vez con la ayuda de mis amigos husmearía en aquel bosque hasta encontrar una pista que me ayudara a poner mi mente en orden. Y es que desde "el incidente", nunca volví a sentirme yo misma. Éste era un ansia que crecía exponencialmente conforme yo crecía. Así que mi madre decidió que ya no era seguro vivir allí y un viernes, al regresar de la escuela, descubrí que simplemente nos mudábamos esa misma tarde. Yo cumpliría trece el fin de semana y ya había planificado pasar el día con mis amigos. Esta noticia me enfureció. Solté mi bolso y mis libros y salí corriendo de la casa. Corrí sin parar hasta que me encontré a las puertas del bosque prohibido.

Me quedé paralizada, con la mente en blanco. Después que tanto había tratado de recordar qué me había pasado aquel día hacía diez años, ahora me aterrorizaba la idea de descubrirlo. Pensé en volver a casa, pero justo entonces escuché la voz de mi madre, llamándome.

El retorno

Me armé de valor y entré al bosque. Corrí hasta que ya no pude escuchar la voz de mamá. Perdí la noción del tiempo mientras monologaba y lloraba; de repente, me encontré en un lugar diferente. Ya no podía ver los álamos y el suelo estaba cubierto de fango. Frente a mí había una higuera inmensa y pude ver los nombres de los enamorados tallados en la corteza, dentro de un uróboros en forma de corazón, tal cual me lo había contado papá. Y justo allí, parado junto al árbol gigantesco, estaba aquel hombre, el mismo que había visto de niña, cuando me perdí. Me miró como buscando algo dentro de mis ojos. Me llamó Julia. Julia, ¿me recuerdas? Soy yo, Richard.

Richard tomó mi mano y yo la vi salir de mí. Era Julia. Sentí que me rompía a la mitad y me desmayé. Tres días después, he despertado aquí en mi cama, pero en una habitación distinta. Supongo que ya nos hemos mudado. Mi madre está sentada junto a mí y me acaricia el cabello. Yo quiero hablarle y decirle que lo siento, pero no puedo. Tampoco puedo moverme.

Mi padre entra en la habitación y ella lo ve y le dice, ya van tres días. Él se acerca y la abraza, mientras yo aún escucho ecos de la voz de Julia resonando en mi cabeza.

Pero lo más curioso es que cuando trato de recordar los nombres tallados en la higuera, me parece que uno de los dos es el mío.