Sin lugar a dudas, el verano es mi estación favorita del año, como aquí en Venezuela se dan dos, solo podemos disfrutar del radiante sol y la época de las lluvias, no hay mucho de donde escoger.

Desde niña he conocido la playa gracias a una casa que formó parte del patrimonio familiar. El río también ha sido parte importante de algunas de mis aventuras, pero debo confesar que son más la veces que he ido a la playa, y por eso, ella ha sido la protagonista de muchas de mis historias.

En esta oportunidad voy a reseñar una salida imprevista a la playa, y aunque parezca increíble, con personas también algo inesperadas. Esto sucedió en un viaje que hice a Trinidad y Tobago. Me fui con una amiga, pero en el camino nos encontramos con dos venezolanos con quien formamos un lindo grupo.

Mi idea era solo pasear, conocer centros comerciales y comprar lindas cosas para mí y mi familia. En ningún momento contemplé la idea de llevar traje de baño, no tenía planes de ir a la playa, además, el viaje era corto, apenas 3 días. El viaje fue espléndido, todo salió como lo esperaba, sin embargo, el día antes de regresarnos (era domingo), los chicos estaban desesperados pensando que pasaríamos todo el día encerrados y decidieron ir a conocer una de las playas más populares de la isla, Maracas Bay.

No teníamos dinero, solo nos quedaba una la cantidad necesaria pagar el taxi de ida al aeropuerto y tal vez algo irrisorio por ahí. Uno de los chicos contactó a un taxista amigo y negoció que nos cobrara lo más económico posible, reunimos entre todos y nos fuimos.

La playa era realmente hermosa, había mucha gente, como turistas llamamos la atención de muchas personas, en especial del Salvavidas de guardia con quien entablé una conversación amena gracias al poco inglés que aprendí.