Sin embargo, no es beneficioso para la flora, por la falta de energía solar, si la hay, pero no es suficiente. Además, no es factible para realizar actividades cotidianas como lavar nuestra ropa, porque no se secan bien y toman olores desagradables, un punto a favor del clima soleado, mi favorito.

El clima nevado no se da en mi país, pero debo confesar que no lo resistiría, me incomoda el frío, soy lo que en mi tierra, Cumaná, Estado Sucre, llaman “fríolenta”. Sin embargo, pese a que no puedo dar una opinión objetiva, sé que a que muchos a diferencia de mi les encanta el frio y se divierten un mundo en actividades propias de esa estación, como esquiar, patinar y jugar hockey.

Luego de una larga temporada de días soleados, llega la lluvia. Ante el rigor del sol en el clima tropical que disfrutamos en Venezuela, cuando veo tanta sequia deseo que llueva, porque sufro al ver a las plantas morir.

Como me gusta el equilibrio, las lluvias moderadas son bienvenidas, pero es la naturaleza quien rige que tan fuertes o leves éstas puedan ser, y muchas de esas lluvias se convierten en torrenciales aguaceros, que inundan la ciudad. Siempre que llueve agradezco por el alimento que recibirán las plantas, pero contradictoriamente, pienso en aquellos que no tienen casa. En aquellas personas donde sus viviendas no están construidas con bloques.

Es muy común en mi país, en algunas ciudades, ver casitas muy pequeñas llamadas ranchos, fabricados en materiales muy simples y débiles, como el Zinc o el cartón piedra, materiales incapaces de resistir condiciones meteorológicas desfavorables.