Nunca soportó estar en posición prono; y así llevaba diez días desde que la recluyeron en el hospital. Estaba sumergida en sueños inquietos, con patadas lanzadas al vacío, con sobresaltos por pesadillas. A lo lejos se escuchaba un aguinaldo que aprendió en la escuela:

Vamos, pastorcitos,
Vamos a Belén
A ver a la virgen
Y al niño también,
Al niño también
Dicen los pastores,
Que ha nacido un niño
cubierto de flores.

Quiso cantar y le faltó el aire. De nuevo hubo que ponerle la mascarilla. La enfermera le dio órdenes de no hablar, su saturación era deficiente. Lloró como cuando la dejaron por primera vez en el colegio. Casi sin aliento gritó: “Ayúdame, Niño Jesús, regálame la vida, no te pido nada más”. La luz se apagó en la ciudad, la bomba de oxígeno era una sirena atormentando el silencio de la noche.

Los pasos acelerados de las enfermeras y de los médicos retumbaban en la habitación de Estefanía. Una madre lloraba sin consuelo, aferrada a un rosario de cuentas. Una estrella fugaz iluminó el vidrio de la ventana.

La luz volvió y conectaron a Estefanía de nuevo la bombona de oxígeno, pero su rostro era diferente, su mirada brillaba y cantó:

El ángel Gabriel
Anunció a María
Que el niño divino
De ella nacería.

Esta vez no le faltó el aire. Su saturación marcaba 94; el doctor dijo: "El niño Dios la escuchó".

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