En medio de la noche lo único que se oía era el mar golpeando las rocas, no había brisa todo estaba quieto fuera del agua, los dos hombres arrastraron el bote y lo escondieron con restos de vegetación, luego desaparecieron entre los arbustos.

—¿Estás seguro que está es la isla?
—¡Si! Ya lo verás, aquí tienen una especie de reino, han construido todo un pueblo y adoran los dioses del averno. Cuando deciden salir, es para saquear los pueblos costeros, agarran a las niñas y mujeres jóvenes, las traen para sacrificarlas y dejan muchos hogares destruidos.
—¿Por eso estás aquí, Orestes? Tu padre cayó una de esas noches.
—Sí y se llevaron a mi hermana, ese hombre que vino a Creta se llama Samael, es el jefe, junto a su compañera Malina, viven en esta isla, llamada Taurus; aquella noche se llevaron a muchas mujeres y niños, entre esas iba Ifigenia, aunque ella fue entregada por mi padre, buscando salvar su vida, pero Samael lo engañó y cuando se fueron, salí del escondite, lo encontré agonizante.
—Hijo se llevaron a tu hermana, —me dijo, no aceptaron el trato que les propuse, perdóname, por entregar a tu hermana.
—Ahora te vas pudrir en el infierno por lo que acabas de hacer.

Aquel día aciago permanecía en la mente de Ifigenia, no se borraba de su mente, el miedo todavía le vestía las noches, aunque había tenido la suerte de ser adoptada por Malina, la quería como su hija y la preparaba como su sucesora.

—Samael, a ella no la vamos a sacrificar, la tomaré para prepararla como la hija que no tenemos, busca a otra y que el espectáculo continúe.

La bajaron de la piedra de los sacrificios en medio de los gritos y llamados de sangre.

—¡No! ¡Está niña no será sacrificada! ¡Es mía ¡¡Ifigenia será la hija de Samael y Malina! ¡Así que traigan a otra y que la fiesta siga!
Ifigenia desde entonces no tenía sueños felices y trataba de mantener la imagen de su hermano, sin embargo, los años jugaban con su memoria y solo mantenía con claridad el día que su padre se la entregó a Samael.

—Sabes una cosa Ifigenia, estoy preparando la ceremonia de iniciación, vas a cumplir los dieciocho años y ya podrás hacer tu primer sacrificio, Samael está preparando otra invasión, y vendrán otras elegidas, tú vas a gobernar este ejército que tenemos y alimentaras sus pesadillas.
—Ya estoy preparada Malina, así será, ya deseo tomar la daga entre mis manos. — Ifigenia sonrió.

Orestes y Publio se habían enterado de la invasión de Samael y sus pandilleros a un pueblo cercano, se prepararon para conocer el camino a la isla de Taurus.
Cuando Samael regresaba del saqueo en aquel pueblo, Orestes y Publio tomaron como prisionero a uno de los últimos pandilleros, luego de herirlo con una flecha.
Cuando la embarcación de Samael se echó a la mar, Orestes y Publio, engañaron al pandillero, lo curaron y le dieron más licor y le hicieron creer que ellos eran parte del ejercito de Samael, pero no conocían la ruta de regreso, entonces el, los tenía que guiar.

—¡Malina! Atrapamos a dos hombres, —dijo Samael, —los vamos a interrogar, pero he pensado que son ideales para iniciar a Ifigenia.
—Me parece bien Samael y a ti Ifigenia, ¿qué te parece?
—Será un placer, solo quiero que me concedan una cosa Samael y tú Malina, me gustaría verlos antes del sacrificio.
—¡Jajajaja! Claro Ifigenia, no hay problema, puedes ir a la cueva, allí están, me encanta que estés dispuesta. ¿No es así Malina?
—Claro querido, que vaya y los vea.

Orestes y Publio se encontraban amarrados en una cueva, había poca luz, pero podían ver a los dos guardianes en la entrada.
—Tenemos que salir Orestes, fuimos unos tontos, fue un descuido.
—Tranquilo amigo, ya casi reviento esta cuerda, esos guardas están borrachos, en cualquier momento se duermen y lo aprovecharemos para escapar.
—¡Viene alguien!
—Ya estoy suelto Publio.
—Viene alguien, no te muevas, es una mujer.
Ifigenia se acercó y miró a los dos hombres inmóviles en el piso.
—¿De dónde vienen? —Preguntó Ifigenia.
Orestes se movió y miró la sombra que tenía enfrente, luego respondió:
—Del poblado de Creta.
—¿Creta? ¿Ese pueblo que está al lado del río que se une con el mar?
—¿Por qué te interesa saber eso? —le preguntó Orestes.
—Porque en mis sueños camino por la orilla de ese río junto a otro niño y de ahí salen brazos que me hunden en el agua para ahogarme, luego veo el rostro de un hombre que llora mi partida.
—¿Y cómo te llamas tú mujer?
—Soy Ifigenia la sacerdotisa de Taurus.
—¡Ifigenia! —Dijeron en coro los dos hombres.
—¡Soy Orestes! Una vez tuve una hermana con ese nombre, pero mi padre la entregó a Samael.
—¡No puede ser! mis sueños se hacen realidad.
—¿Eres mi hermana?
Orestes se soltó y fue a abrazarla, víctima de la emoción.
—¡No! ¡No lo hagas! vendrán los guardias y te matarán.
—Vine a buscarte y te irás conmigo.
—Está bien, llamaré a los guardias, están borrachos, ¿podrás con ellos? —el asintió.
—¡Guardias!

Ifigenia los guío por un sendero más seguro y les entrego un par de arcos.
Uno de los pandilleros llegó corriendo a la casa de Samael pegando gritos.

—¡Samael! ¡Samael! ¡Los prisioneros escaparon, van hacia la playa!

Samael salió armado y llamando a todos los que pudo y corrieron hacia la playa, cuando iba pasando por unas rocas una flecha atravesó su garganta y cayó, haciendo que sus hombres se detuvieran para auxiliarlo.
Orestes, junto a Publio e Ifigenia ya se habían montado sobre el bote, y se alejaban ayudados por un viento favorable.
—¡Los dioses nos ayudan Orestes!