La casa de la familia Babel, muy conocida en la ciudad, estaba cubierta con un manto oscuro de tristeza acompañado de un silencio sepulcral. Los ancianos habían fallecido recientemente en un accidente aeronáutico. Los diez hermanos Babel, que una vez fueron unidos, llenos de alegría y amor, se encontraban dispersos por las diferentes habitaciones, sumergidos en la soledad y desconfianza. El apellido hacía gala de su significado en la biblia.

El albacea había sido claro. A como diera lugar iba a hacer cumplir la última voluntad de los ancianos. La herencia sería dividida en partes iguales. Estas palabras del abogado cayeron muy mal en los seres llenos de avaricia. Cada descendiente, convencido de que merecía una parte mayor, maquinaba ideas macabras.

La tensión estaba a flor de piel como cuerda afinada de una guitarra, lista para romperse con el más ligero toque. Los encuentros entre hermanos eran esquivos, ya no sonreían. La fortuna de la familia Babel no era solo dinero y tierras; era un legado antiquísimo, era poder para cambiar el destino de cualquier persona.

La noche llegó junto con una gigantesca luna y cuando reinaba el silencio, se escuchó un crujir de las bisagras de la puerta principal. Los hermanos se pusieron en alerta al escuchar el ruido. Era imposible que la puerta principal estuviera abierta, siempre estaba cerrada con la llave pasada.

Llegaron a la entrada y no vieron a nadie. Uno de ellos, la más joven, pasó por el estudio en donde el albacea había leído el testamento y se encontró con una caja de hierro. Una expresión de sorpresa alertó a los demás. Jamás habían visto la caja.

Los hermanos, movidos por curiosidad, decidieron abrir la caja. Dentro, no había dinero, ni joyas, solo unas cartas escritas por su madre, dirigidas a cada uno de ellos. Cada una de las cartas revelaba recuerdos felices, y, sobre todo, una advertencia: la verdadera herencia no era la fortuna material, sino los valores que les habían inculcado.

Lo bueno, lo más escondido en los corazones de los hermanos Babel, emergió. La revelación había sacudido los hermanos hasta el alma. La codicia y el egoísmo se disiparon por arte de magia, creando una atmosfera para la reflexión.

Alegres y motivados decidieron actuar sobre el nuevo entendimiento y fueron a la caja fuerte donde se encontraba el testamento. Pero este no estaba. Comenzó una búsqueda frenética por toda la casa. De repente, Julián, el mayor, vio una figura vestida de negro y con pasamontañas, corriendo hacia el jardín posterior. Una persecución tenaz se efectuó que los llevó al cementerio, exactamente al panteón familiar. Se descubrió que la figura oscura era el abogado.

Este terminó confesando que quería hacerse de la fortuna. El documento decía que, si los hermanos peleaban por la fortuna, el abogado dispondría de la herencia. Él había fomentado la división de los hermanos para que así ellos se atacaran hasta la muerte y hacerse de la fortuna. Aseguraba que era el hijo ilegítimo del anciano Babel.

La fortuna no se perdió, el abogado fue detenido y los hermanos se dieron cuenta de que su unidad había sido su mayor tesoro desde niños. La casa Babel, una vez más, se llenó de alegría, libre de sombras y egoísmo. Así, el legado de los Babel se restauró con el amor de familia.