Se montó en la avenida principal del centro. Llevaba una caja llena de dulces y una gran sonrisa. Los pasajeros lo observaron y voltearon la cara: casi nadie le respondió los buenos días. Aún así, el chico, con ánimo, empezó a vender, como si vendiera maravillas, aquellas pequeñas golosinas.

_Hoy quiero endulzarles la vida a ustedes y quiero que ustedes se la endulcen a sus hijos -dijo con buen ánimo.

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Los pasajeros venían de sus trabajos, otros simplemente eran pasajeros de la vida. Con sus caras amargadas y con el tedio y el cansancio sobre los hombros, solo querían llegar a sus casas, descansar o no llegar nunca, para no amargarse más. Entonces rechazaron el dulce que el chico mostraba y voltearon el rostro sin decir nada.

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Por el pasillo del bus, el muchacho caminó, mostrando sus dulces:

_¿Quién quiere endulzar su vida? -decía y nadie lo veía.

Al final, el muchacho dio las gracias y se bajó con su sonrisa plena. En el bus, la gente lo miraba con envidia: su sonrisa joven era genuina. Tal vez era cierto que repartía dulces a la vida.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS