Mientras está sentada en su butaca, mirando la película, Dolores recuerda cómo fue el cine antes. Cuando niña, Dolores iba al cine acompañando a su madre, quien siempre le ponía vestidos bonitos y zapatos cerrados. Al final de la película, siempre Dolores se quedaba dormida y la mamá tenía que llevarla cargada en brazos hasta la casa.

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Después, cuando se hizo una señorita, comenzó a ir con sus amigas y sus primas. Compraban cotufas, refrescos y tequeños, y al final de la película, siempre se iban caminando hablando de historias de amor. Luego, cuando se hizo novia de Martín, cada tarde del sábado, la tomaban para ir al cine a ver una película, pero también para darse piquitos en la oscuridad de la sala.

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Ahora, cuando tenía 70 años, Dolores mantenía aquella costumbre. Ya sin primas ni amigas, sin Matín y sin hijos, Dolores iba al cine. Allí, todos la conocían y a veces era la única espectadora que tenían en la sala:

_Hoy no ha venido nadie, Doña Dolores, tal vez la película ya esté en Netflix.

Y Dolores entraba a la sala vacía y veía su película completa. A veces, como al principio, se quedaba dormida al final de la película, pero ya no tenía a su madre que la llevara cargada, pero sí un acomodador que le decía:

_Despierte, Doña Dolores, ya terminó la función.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS