Alonso era el capitán del operativo. Aunque había intentado no participar en la redada, diciendo que se sentía indispuesto, el comandante lo había propuesto:

_Es tu hora, Alonso y no quiero comiquita -le dijo el jefé y asumió que él aceptaría el operativo. Por eso cuando vio que uno de los presos era un muchachito, de unos 15 años, como la edad de Jaime, su hijo, tragó grueso y pidió que lo pusieran en su patrulla.

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_Para dónde me llevan, preguntó el muchacho nervioso.

_Te vamos a llevar a la cárcel. Has cometido un delito grave -dijo Alonso viendo que el muchacho tal vez tenía menos de 15 años. Era un niño.

_¿Pero qué hice, señor? ¡Yo solo estaba protestando porque tengo hambre y no puedo estudiar! -expresó y un río de lágrimas caía por su rostro- Mi madre me va a matar porque me dijo que no me metiera en problemas.

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Alonso recordó lo que le dijo su mujer, Matilde:

_No puedes obedecer órdenes que vayan en contra de lo que eres, Alonso: tú eres diferente a ellos. Entonces Alondo vio al niño que lloraba no porque iba a ser llevado a la cárcel, sino por el malestar que le iba a dar a su mamá.

Fue en ese instante, en mitad de la calle, que Alonso abrió la puerta de la patrulla y le ordenó al joven:

_Vete a tu casa. Corre y no te metas en problemas -expresó en tono paternal. Cuando vió que el muchacho corría, sintió un alivio, se le pasó el miedo: Matilde no se molestaría con él y él podría dormir tranquilo.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS