Iban todos, ancianos, mujeres y niños, orientados por la emoción que crecía como las pequeñas plantas: sin mucha agua. Pero también esa emoción había crecido como el limonero: de a poco, con calma. La gente señalaba hacia adelante y aunque había muchas cosas detrás de ellos, intentaron no voltear la cara:

_¿Para qué? -decían algunos- si de todas maneras este presente ya es una carga. Entonces siguieron, dejando atrás la oscuridad y mirando el sol que los esperaba, porque sabían que no hay tormenta eterna, y después de ella viene la calma.

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A la multitud, se fueron uniendo más personas, todos con la misma actitud: luchar para salir de aquella noche que jamás se acaba. Entonces, con las manos agarradas, se convirtieron en pared, también en escaleras y montañas, en escudos, en árbol, en arcoiris y en casa. Los que caminaban lo hacían con el único objetivo de transmitir la esperanza y por donde pasaban, los que veían, se unían a ellos en caravana.

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Ay, unidos, sufrieron tormentas, zozobra, miedo y nostalgia; también mucha impotencia porque el enemigo utilizó violentamente todas las armas. Y así caminaron muchos años, tantos que creyeron que habían perdido el alma. Pero no. Aunque fragmentados y rotos, caminaban y caminaban, buscando esa luz que les diera esperanza. Y ahora van, seguros, que el enemigo no es eterno y que en sus manos está el sol que les alumbrará mañana.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS