En la escuela somos Toñito, Lucho, Cheo y yo. Vamos para arriba y para abajo, juntos, ya sea a la cantina, al recreo, para la dirección. También nos sentamos juntos en el salón, menos con el profesor de matemáticas porque dice que entre nosotros hablamos mucho. También en la calle es igual: jugamos a la pelota con el balón de Cheo y mi mamá nos hace jugo de tamarindo para todos.

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Pero en la escuela hay otro grupo: el de Marcos, Tomás, Angélica y Arturo. Ellos nos miran raro y dicen que no somos iguales a ellos, no porque no tengamos dos manos, dos piernas, una cabeza, igual que ellos. No. Sino porque ellos sacan más notas que nosotros. Entre ellos, aunque son amigos, se pelean por sacar la mejor nota y una vez Angélica se puso a llorar porque Arturo sacó un 20 igual que ella. Nosotros no entendimos porque si son amigos, por qué se puso a llorar y no se puso feliz porque los dos sacaron lo mismo.

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Mientras que nosotros jugamos en el recreo, el otro grupo se queda en el salón estudiando. Cuando volvemos a nuestros pupitres, sudados de tanto saltar por el patio, los otros nos miran y dicen:

_No son iguales a nosotros.

Al principio aquello me hizo sentir mal y mi mamá me dijo que tal vez me sentía excluido, pero después los de mi grupo, creo que fue Lucho quien dijo:

_Nosotros no somos ellos porque nosotros somos felices -y aquello me hizo sentir bien, y que tenía los mejores amigos.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS