Después de la invasión, ordenaron que todo aquello que pudiera darle poder a los hombres, fuera destruido inmediatamente. Yo los acompañé a destruir el cuartel militar, el cual estaba lleno de armamentos rusos y chinos. Hicieron una hoguera y quemaron todo. No quedó ni una puerta ni una ventana en su sitio. Todo fue arrasado por los bárbaros, los cuales se consideraban los dueños del mundo.

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Después de eso vino la noticia de quemar las escuelas y las universidades, también las bibliotecas y las librerías. No entendí aquella orden y se lo dije a uno de ellos:

_¿Qué poder puede haber en una escuela que puedan utilizar y crear una guerra en contra de ustedes? -pregunté de manera inocente. Todos se rieron en mi cara y sin contestarme, empezaron a romper pupitres, pizarras y todo lo que encontraran por el medio.

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Luego fuimos a la biblioteca y allí pude ver cómo los bárbaros tomaban los libros y los tiraban al piso: la idea era quemarlos todos. Pero cuando iba a echar los libros que llevaba en las manos, reconocí algunos: eran libros que me leía mi padre cuando yo era chico. Otros compañeros como que también sintieron lo mismo porque se quedaron con los libros en las manos. Sin ponernos de acuerdo, escondimos algunos libros en la chaqueta que algunos llevábamos para el frío. Años después, los bárbaros se enteraron, que aquel pequeño gesto fue el comienzo de la revolución que los eliminaría de la faz de la tierra.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS