Yo siempre vuelvo al mar, especialmente por las noches, cuando las olas se acercan silenciosas a la orilla. Aquí rememoro nuevamente, una y otra vez, el rostro de mi madre bañado en llanto y la gente a su alrededor consolándola, intentando ser pulpos con sus brazos. El mar salado le salpicaba la cara y nadie sabía identificar cuáles eran las lágrimas en aquel rostro empapado.

o0o
Vengo y hago memoria de la tormenta. Eran las 6 de la tarde y tenía que volver a casa, pero nadie quería llevarme:

_Mejor quédate y te vas mañana -dijeron todos, pero cómo podía quedarme si en casa me estaban esperando. Así que le pedí a Perucho que me llevara en su peñero y solo me llevó porque le insistí tanto y porque estaba ebrio. Entonces agarré mi mochila, mis cuatro peroles y me monté en aquella embarcación que era arrastrada por el mar y que se tambaleaba como si hasta ella misma tuviera miedo.

o0o
Entonces pasó lo que pasó: en mitad del mar, con la neblina y la tormenta, Perucho que se sabía los caminos de aquel océano, quedó ciego y el pobre peñero se rompió en mil pedazos. Solo sentí un golpe que me rompía el alma, la cabeza y el cuerpo. Sé que a Perucho lo encontraron por cerca de unos acantilados, boca abajo y lleno de algas marinas, pero a mí, de mí no supieron nada, a pesar de las súplicas de mi madre para que me encontraran.

Por eso vuelvo cada noche aquí para ver si alguien, un pescador, una pareja, un niño, mira la sombra que soy y le dice a mi madre.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS