Mientras mamá me arreglaba al cabello para que fuera a jugar con Agripina, llegó tía Penélope y le dijo:

_¿Te enteraste de lo que pasó con Altagracia? -mamá tenía los ganchos en la boca y por eso solo asintió con los ojos y con la cabeza.

_¡Qué calamidad! Me imagino como debe estar el pobre Arturito que la quería tanto -dijo mi tía Penélope con una tristeza como si algo le doliera mucho.

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_Pero es que acá entre nos, demasiado aguantó Altagracia. Esa es una muchachita para Arturo y eso se veía venir. Solo era cuestión de tiempo -dijo mi mamá echándome la crema de peinar en el cabello.

_Pero fue tan bonito el matrimonio. Hasta por la iglesia. Yo digo que hasta debe ser pecado, porque esa unión la bendijo Dios desde el cielo.

_Ay, no vengas con tus cuentos, Penélope, la gente se separa porque no se quiere. Y mejor dejamos esto hasta aquí porque las paredes pueden oírte y ya después todo el mundo sabe que la gente está hablando.

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Cuando yo llegué a casa de Agripina, ella aún se estaba bañando, por lo que su mamá, la señora Consuelo, me dijo que la esperara en la salita de la casa. Allí la señora Consuelo estaba hablando por teléfono:

_¿Te enteraste de lo de Atagracia y Arturo? -preguntó la señora Consuelo alarmada- Tan bonito que les quedó el matrimonio, para terminar en esto -recalcó limpiando la mesa con la punta de los dedos. Sin poder evitarlo, miré de un lado a otro, las paredes. ¡Las paredes no solo tenían oídos, también hablaban!, pensé para mis adentros, no fuera que me escucharan.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS