Hecha por los indígenas Waruko, quienes habían padecido todos los males que había en la tierra, aquella máscara solo servía para transformar al que la usara. Algunos decían que podían ver toda la maldad del mundo; otros, apenas se la ponían, comenzaban a llorar porque aseguraban que eran capaces de sentir tanta tristeza y tanto miedo como si la muerte les soplara la oreja.

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Dicen que los indígenas Waruko fueron despojados de sus tierras y fueron obligados a vagar por todos los pueblos del mundo, donde no solo sufrieron agresiones, maltrato, también desprecio y humillación. Como si fueran una plaga, eran expulsados de todas partes, mientras ellos caminaban enfermos, hambrientos, de aquí para allá. Nadie les tendió la mano ni nunca les dieron palabras de aliento o compasión.

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Por eso, cuando los Warukos asentaron base y comenzaron a tener poder, hicieron aquella máscara. La hicieron de oro y piedras preciosas, muy atractiva, lo suficiente para que cualquier mortal que la viera, cayera en la tentación de ponérsela y poseerla. Es así que cuando los humanos ven aquella máscara, caen y buscan para ponérsela inmediatamente. Y es allí que comienza la transformación. Porque después que han visto y sentido tanta tristeza, jamás vuelven a ser inmune a la pena y la aflicción.

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS