La mujer se despertó con el llanto del niño. Intentó calmarlo poniéndoselo en el pecho, pero el niño siguió llorando. Vio la hora y eran las 6 de la mañana, así que se levantó con el niño cargado y fue a la cocina a buscar para hacerle un tetero. Cuando abrió la llave del grifo, un sonido como un erupto salió de la tubería: no había agua. Buscó en la nevera y todos los tarros estaban vacíos. El niño seguía llorando.

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Sin lavarse la cara, fue a que la vecina a ver si le regalaba algo del vital líquido y nada: tampoco tenía. Al instante un grupo de vecinos comenzó a agruparse y unirse en las calamidades: que no tengo agua para hacer comida y tampoco para bañarme, que los niños tienen sed y tienen hambre, que no anunciaron que cortarían el agua.

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A las horas, cansados de quejarse, cada vecino volvió a su casa para remediar la falta de agua. La mujer con su cara sucia y su boca pastosa tomó un poco de pan y de a poquito fue poniéndolo en la boca del niño como hace la mamá pájaro a sus pajaritos. El niño tragaba con desesperación y la madre solo pensaba qué haría cuando se le terminara aquel alimento.

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En la tarde, los vecinos estaban en las calles desesperados, lejos de sus casas de tuberías vacías. Cuando de repente se escucharon truenos y al instante gruesas gotas comenzaron a caer del cielo. Los vecinos saltaron de alegría y empezaron a sacar sus perolitos para llenarlos de agua. La gente, debajo de la lluvia, danzaba feliz, dejando atrás su vida llena de penurias.

Esta historia puede suceder en cualquier parte de Venezuela

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS