La familia lo decidió después que el padre se quedó sin trabajo y el sueldo de la madre no alcanzaba ni para la comida. Fue una decisión dura, difícil, especialmente porque amaban su casa, la cual habían hecho con mucho esfuerzo. También tenían a sus familiares y amigos cerca. Pero no había otra solución: debían irse del país.

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Cuando recogieron en algunas maletas todas las pertenencias más importantes, se encontraron con un gran problema: no podían llevarse a Orfeo, su perro por más de cinco años. Desconsolados, empezaron a preguntar entre las personas más cercanas quién podía quedarse con él. Aunque parezca insólito, ninguna familia podía hacerse cargo. No sólo era porque toda mascota requería cuidado y atención, sino porque en muchos hogares de aquellos no había tanta comida.

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Entonces, cuando llegó el día de la migración, la familia, con el corazón en la mano y los ojos cerrados, dejaron a Orfeo en la calle. Al principio el perro corrió detrás del carro como imaginando su suerte, luego se cansó y miró resignado las calles. Después se encogió y se quedó en una esquina, tal vez con la esperanza de que volvieran a buscarlo, pero allí le llegó la noche y el día. Ahorita vaga al lado de otros perros huérfanos de dueños y sin casa. Mascotas, que como otros venezolanos, viven en las calles esperando volver, otra vez, a sus moradas.

*Esta es, lamentablemente, una realidad en Venezuela

HASTA UNA PRÓXIMA HISTORIA, AMIGOS