Catalina y yo planeamos una cita muy divertida en la que íbamos a mostrarnos todos los vestidos que nos compramos ayer, cuando nos dimos gusto de elegir tres vestidos cada una. Ella me propuso un lugar para ello: un gran estudio en su casa en el que había espejos enormes donde podríamos practicar nuestras caminatas y ver cómo nos veíamos a detalle. Puede sonar un poco frívolo, pero es bastante entretenido ver ricos ropajes, sentirlos y actuar que somos mujeres muy confiadas.

Al llegar a su casa, me sorprendí de tan hermosas estructuras. Era muy grande y un tono ocre contrastaba con dorados, blancos y negros. En realidad tenían un exquisito gusto.

Después de llegar, nos tomamos un té de manera muy informal y conversamos un poco sobre las tiendas que vimos ayer. Nada muy rebuscado, la verdad. Pero al terminar me llevó al estudio donde nos íbamos a cambiar, el cual estaba muy bien decorado, algo desordenado pero limpio. Me llamó la atención que había cuadros y pinturas por todo el lugar.

-¿Qué es esto? – Pregunté yo.
-Un estudio, efectivamente.
-No te hagas la tonta. Tú no pintas.
-Tú que sabes.
-Lo sé jajaja

Y en esas estábamos cuando vi los espejos y los vestidos puestos en figuras de sastre. Sólo olvidé lo que pensaba hace unos segundos para admirar la belleza de todo aquello. Y sin mucha consciencia fuimos probando los vestidos por turnos, tratando que el calor no nos sofocara.

En esas, Catalina se excusa, diciendo que la espere un momento allí. Yo aprovecho de seguir mi labor. Cuando de repente…

Escuché la puerta abrirse y cuando apenas iba a pronunciar palabra me di cuenta que era un hombre. Desconocido, de paso.

Con el corazón a mil por hora me escondí, tratando de entender la situación y vinieron a mi mente flashes de la conversación que había tenido con Catalina minutos antes. Esta vez sí que me había jugado una broma y me hubiera reído si no hubiera tenido tantos nervios.