De la viruta semilla tosca,
nace el gusano de azares negros,
entre tinta, plumas y sangre,
aletea el pequeño verbo.

Su pico color azabache,
y su mirada de ojos vendados,
así el tímpano sordo,
escucha mundos olvidados.

Y va pateando el piso,
y va palpando el rastro
de las huellas en la arena
y como su blanca seda,
se torna en polvo astro.

En el plano de azucenas,
en la tierra de extraviados,
donde todo loco es cuerdo,
y el encuerdo no es tan malo;

pintan las dagas del sol,
mancillan la triste luna,
y le cantan a la mosca
porque mosca el que no escucha.

Si me visto de estos harapos
y cojo el cincel al vuelo,
el cenit feliz al viento
del martillar que llevo adentro.

Con el fuego siendo templado
y el primer vuelo alzado,
sentir la brisa fresca
para luego destrozado,
por la cruda apuesta,
un consuelo encorvado.

Más, si no se ve encontrado,
¿Cómo la sangre será tinta?
¿Cómo el fuego será alado?
Y ¿Cómo la flor de fénix no será suspiro muerto que el tiempo ha degollado?
¿Dime dónde?
¿Dime dónde?
Encuentro yo el poema,
De los fuegos sosegados,
De los fuegos más sutiles,
De los fuegos blanco puro en crepúsculos sublimes.

Con las ventanas cerradas,
duermen llamas perpetuas
que son discretas al tacto
y son brotes de querellas.
Querellas del corazón que en la mano lleva el poeta,
declamando en silencio al silencio de quien quiera:
Son las garras ponzoñosas,
Son cantar de luces negras,
Son de amores tan ardientes,
que el mismísimo infierno se quema.

Y de quemar quemando…
va tachando los ríos ocres,
los acaricia,
los besa,
y los va dejando…
sin dejar de buscar los ríos de sabia buena.

Porque del atisbo idea,
arrulla la pluma corteza
que hace trinar la voz del poeta
y con la tinta de toda certeza,
brizando en vela la hoja,
para el hijo que renace de cenizas,
para mi es abono del alma.