Recordados amigos de Steemit, participo por primera vez en este grato concurso organizado por nuestra apreciada @evagavilan: Siente la naturaleza, ya en su tercera edición (ver aquí). El motivo es en sí mismo muy estimulante y prometedor.

Aprovecho de enviar mis saludos a la comunidad #VenezolanosSteem, que dirigen y administran @marcybetancourt y @solperez, a quienes les hago llegar mi gratitud y deseos de éxito.

Les dejo a continuación un texto entre la crónica y el relato de ficción, especialmente escrito para esta oportunidad, inspirado en unas fotos propias hechas en el lugar al que aludo. Saludos y suerte para todos.

Después de la lluvia

El pueblo había caído en algo parecido a un sopor de esos de los días largos y pesados del verano. Las calles estaban solitarias, ya no solo en esos momentos que la gente se resguarda en sus casas. Los puertos con sus peñeros abandonados al ritmo recurrente pero lerdo de las aguas de un mar también dormido, cual enfermo. Algunos alcatraces y gaviotas atravesaban el cielo casi como si se despidieran de nosotros.

El último turista que nos visitó, a quien atendí personalmente en mi pequeño restaurant a la orilla del mar, me había anunciado que quizás la actividad se resintiera. Era la dura crisis económica por la que atravesábamos, pero ahora esta amenazante enfermedad que nos tenía a todos como acorralados en nuestros rincones. Y parecía que todo se reunía en esta aridez y soledad.

Esto recordaba haber pensado Martín frente a aquel espacio abierto a la vista del mar de Mochima, una de las atracciones de su modesto lugar de comidas para los visitantes. Era lo que hacía todos los días, al caer la tarde, para regodear su mirada, su alma, en aquella calma del mar de siempre y su costillar de montañas. Ahora era también la espera, la esperanza (su madre le decía que no debía perderla nunca), y ahora pasaba allí gran parte del día con el pensamiento perdido quién sabe en qué.

Eucaris preparaba el pescado, amasaba las arepas, colaba el café, contorneaba las empanadas… todo religiosamente como el único ritual posible. Los trasnochadores del pueblo –que nunca pueden faltar– se acercaban a tomarse su negrito que aun podíamos regalarle. Mientras se escuchaba una queda canción lejana con aire de salitre y sol en ascenso.

Allí, sentado de nuevo hoy, dando mayo sus primeros pasos, como otras veces apoyado en su bastón, Martín sintió en sus ya arrugadas mejillas una tierna y fresca brisa, y con ella un aroma inconfundible y añorado a tierra húmeda, y el cielo comenzó a sembrarse de nubes someramente grises y una bruma delicada se esparció silenciosamente.

–¡Está pringando!, gritó el carupanero del puerto aledaño. Y entonces, pareció abrirse el cielo, como dice el pasaje bíblico que Martín recordaba, y cayeron sobre el mar, las montañas, las calles, el alma, las aguas superiores que bautizaban este nuevo ciclo de la vida. Eucaris se persignó y dijo: ¡Bendito seas! Martín cerró sus ojos para dar gracias, mientras escuchaba el golpe rítmico de las gotas de la bendecida lluvia que caían desde el alero.

_{Nota: Quise compartir una segunda foto, que complementa mi relato.}

Gracias por su lectura.

spanish