Me senté frente al artista que mi familia contrató para inmortalizar mi cara en el lienzo. Mi familia ha gobernado esta región por generaciones por lo que nací con el título que ostento.

Esto significa que mis padres, aparte de ser marido y mujer, son primos. De la misma forma, lo hicieron mis abuelos y bisabuelos. Desde que era pequeña noté que los retratos que pendían de las paredes no eran de ellos. No representaban a ninguno de mis familiares.

¡Si tan solo hubieran podido verlos!

La endogamia ha trastocado la cara de mis familiares por generaciones. En los retratos mis parientes se ven hermosos, atractivos y bien dotados por el Señor. La realidad era muy distinta.

Las deformidades, enfermedades congénitas y el retraso mental han provocado que seamos el hazme reír de los plebeyos. Yo sé que, al estar cara a cara con ellos, estos mantienen el respeto y la compostura, pero al irnos, se echan a reír de nuestra condición.

Si dejamos el dinero y los privilegios de lado, desearía ser como ellos. La piel curtida por el sol y las manos ásperas son una molestia menor comparada con la belleza natural de ellos.

Le dije al pintor que, en vez de retocar el daño que mis ancestros han hecho conmigo, que me pinte tal y como soy. El hombre me dijo que esas no eran las indicaciones de mis padres, pero yo le insistí.

No voy a engañar a las generaciones futuras con la imagen de alguien que no existe.