Microrrelatos VII

Llevo veinte años velando por el cadáver de Mariana Ortiz. Esta mujer, que en vida hizo lo que se esperaba de ella, no está en el cielo. Tampoco en el infierno.
Puedo sentir sus energías yendo de un lado a otro, tratando de escapar de lo que en la próxima vida le espera. Durante el período anterior sabía que todo lo que le hacía a los demás y así misma estuvo mal, pero prefirió no hacer caso y siguió obrando de la misma forma hasta el día final de su vida.
Cada vez hay menos familiares que llegan a visitarla y dejarle flores en señal de respeto. La vida sigue y los muertos ya no forman parte de ella.
La señora Ortiz quería hacer que todos sus hijos y nietos la amasen de la forma obsesiva e insana que ella les enseñaba, no, les obligaba a hacer. Una vez que ella partió al otro mundo, se sintieron libres de sus ataduras y respiraron aliviados.

La última vez que supe de su alma, otro de los mensajeros veladores me lo contó, ella despotricaba contra el karma, SU karma, ese destino que ella creó y ahora ruega y llora por que le den un futuro mejor.

Cuando nació, no paraba de llorar.

El cadáver de Mariana Ortiz fue exhumado y pulverizado para dar espacio a más jaulas mortales sin pneuma. Recuerdo cuando sacaron el ataúd y fue expropiada de aquello que pensó, sería suyo por siempre. La fosa que vigilo ahora la ocupa otro cuerpo que fue habitado por una alma totalmente diferente a la suya.

La chica aceptó la muerte sin problemas. Ella era consciente de lo que hizo por lo que no había un mal futuro esperándola.