Arte y escritura/ Semana 44/ El tiempo deforme de Dalí / Por @gemamedina

El tiempo es inexorable, intuyo lo que es. Me acerco a explicarlo y me digo: Estoy hecha de tiempo, de la impronta que ha dejado con el correr de los años en mi memoria, en mis recuerdos.

Hace unas cuantas décadas atrás íbamos al liceo. Recién salíamos de la escuela primaria y comenzábamos a conocer el mundo, el arte, la literatura. Pasamos de leer fábulas y leyendas a adentrarnos en los libros del boom latinoamericano y las vanguardias: Rulfo, Márquez, Sábato.

Estaban los griegos Safo y Anacreonte. De su lìrica clásica, intimista, colmada de emociones y sentimientos se pobló mi imaginación. El teatro del absurdo, en la voz de Eugenio Ionesco, me maravilló con diálogos que desafiaban la lógica, me sumergían en situaciones emparentadas más con lo onírico que con la realidad (aunque la realidad ya per se es absurda).

En esa época mis amigos y yo comenzábamos a construir nuestros sueños, queríamos ser médicos, ingenieros, artistas, escritores, y todo alrededor nos daba la mano para lograr nuestro fin. Teníamos quince años que nos alentaban a ir en busca de exóticas palabras, de atrevidas imágenes que nos hicieran expresar el asombro ante lo inusual, lo inesperado.

Fue así cuando vimos por primera vez, en una clase de Educaciòn Artística, los cuadros vanguardistas que se movían en el ámbito mundial. Era una vanguardia hecha vida a través de lo surreal, de eso que está por encima de la realidad, que nos lleva a entrar en un mundo desconocido pero posible, marcado por la espontaneidad y la desinhibición.

Vuelvo a la noción de lo que es el tiempo. Ahora de la mano de Salvador Dalí en el que me propone un tiempo que se derrite. Su tiempo no transcurre solamente; no es ese tiempo que solo envejece, que deja huellas en el rostro, las manos, en la piel. Su tiempo es materia blanda, deforme en el reloj que lo contiene y desfigurado en aquel que cuelga de una rama seca, o en el cuerpo de un pintor que se autorretrata. Se estira, se aplasta y se adhiere a las paredes ocres, como queriendo convertirse en eterna obsesión.