El ser humano posee ciertas características con las cuales, quienes estamos a su alrededor, lo percibimos como una buena persona. Alguna de estas cualidades son bondad, consciencia, empatía, sinceridad, y muchas otras entre las cuales se destaca la capacidad de arrepentimiento. ¿Arrepentimiento? Si, pero el que va más allá de las palabras, ese que brota del corazón.

Hace algún tiempo conocimos una pareja, no podría llamarlos amigos, sin embargo eran cercanos a nosotros. Esta pareja, en apariencia, era feliz, sin embargo; esto no era del todo cierto. El marido tenía la mala costumbre de coquetear e ir más haya del simple coqueteo con otras mujeres y su esposa ya lo había descubierto en varias oportunidades.

Recuerdo que cuando ella me lo dijo, lo hizo llorando y con mucha rabia con ella misma porque decía que ella sabía que el no iba a cambiar. Yo tomé la oportunidad y le pregunté que si sabía que él era así por qué estaba todavía en esa situación. Ella me respondió que él le decía que estaba arrepentido y que ella le creía.

El arrepentimiento es un sentimiento muy noble que no todo el que lo profesa lo hace de forma sincera. Se debe poseer una alta conciencia y un noble corazón para que sea real. Cuando una persona está sinceramente arrepentida siente dolor de solo pensar en volver a lastimar, por lo menos a esa misma persona, de la misma forma; es decir, no se puede hablar de arrepentimiento si no hay un cambio de actitud.

La actitud de una persona arrepentida es una que demuestra humildad, sentido común, sinceridad y sobre todo un profundo deseo de no repetir la ofensa por la cual se encuentra en esa situación porque cuando el arrepentimiento es sincero, el peso moral que ello representa, no le permite reincidir. Desde mi punto de vista, el arrepentimiento nace en el corazón y se hace visible a través de las acciones.