En realidad, no conozco mucho acerca de la música dominicana o sus cantantes, salvo lo que más se nos ha vendido en las últimas décadas con algunos clásicos famosos. Al primer artista dominicano que conocí (por la TV) fue al maestro Porfi Jiménez, quien era más que todo el dueño de una orquesta con su mismo nombre. Claro, Porfi cantaba muy poco y cuando uno lo veía cantar era acompañando los coros.

Y tuve el placer, por mera casualidad de bailar en un par de fiestas de fin de año, en la época en que el socialismo aún no había arruinado de pies a cabeza a nuestra amada Venezuela. Pues la asociación de profesores (APUDO) se encargaba de contratar a orquestas de renombre como para que el profesorado viviera una estupenda velada nocturna y de ese modo cada quien puliera las hebillas y le abriera huecos a los zapatos. (Sobre todo si se trataba de la marca Manacho). Recuerdo que una de las últimas canciones que la banda entonaba era la pieza llamada "Culucucú".

Algunos años después apareció en la palestra de los medios el también famoso Wilfrido Vargas, con canciones chistosas como "El baile del perro" o con canciones simpáticas interpretadas por la voz increíble de Rubbi Pérez. Posteriormente salió al escenario un grupito de bellas y talentosas mujeres llamado "Las chicas del Can". Tengo entendido que el dueño de este grupo era el mismo Wilfrido Vargas.

De todas maneras, el cantante que se ganó toda mi admiración y aprecio fue Juan Luis Guerra, quien ha sido el autor de canciones cuyas letras son verdaderos y sofisticados poemas. Algunos de sus temas son algo surrealistas, pero otros son absolutamente realistas con mensajes que nos tocan el alma. Debido a eso, no fue por casualidad que en el concurso que estuvo a mi cargo ("Comente la canción") escogí dos maravillosas canciones de este brillante cantautor dominicano: "El Niágara en bicicleta" y "Me enamoro de ella".