El vendedor llegó al puerto a la orilla del Orinoco. Venía junto a una chica bastante joven. Era la mañana de un domingo prometedor y muchos vendedores ya estaban en sus puestos ofreciendo sus variados productos. El hombre se remitió a asegurar la canoa y se colocó solo a unos pasos desde la orilla. En ese instante llegó uno de los muchos compradores que ya pululaban sobre la zona, el que saludó:

-Buenos días, don Ramón.

-Buen día.

-¿Hoy no trajo gallinas?

-No. Hoy solo vine a vender esta chica.

-¡Caramba! No sabía que por aquí también vendían gente.

-Claro que sí. Es que allá en mi fundo tengo a tres indias que son muy buenas pariendo. Por eso es que he venido a probar suerte con esta. ¿No está interesado?

-No, no. Imagínate que le llegue allá a mi mujer con una mercancía así toda pelona, sin envoltura. Es capaz de sacarme corriendo con un machete.

-Bueno, la traje sin ropa como para que se venda más rápido. Son truquitos de marketing.

-Bueno, don Ramón. Me retiro. Que tenga suerte.

-Hasta luego.

En eso se acercó un sujeto que le faltaba un ojo y le preguntó:

-¿Usted la está vendiendo por raticos o para llevar?

-No, nada de raticos. Para eso están los reservados que están más allá, en la orilla de la carretera. La estoy vendiendo para que se la lleve con usted para su casa.

-¿Y qué edad tiene?

-Tiene 16 años.

-¿Y no tiene uso?

-No, nada. Cero kilómetros. Lamentablemente no tiene el tacómetro del kilometraje. Claro, si usted la compra no tiene garantía.

-¿Y cuánto vale?

-Bueno, en esas condiciones, nuevecita, de paquete, bien rasuradita y recién bañada, le sale por dos lucas.

-¿En bolívares?

-¿Cuáles bolívares? ¿Está loco? Son dos mil verdes. La nueva moneda nacional: los verdes.

-Oiga, pero me parece muy cara.

-¿Cara? Más cara le saldría a usted si fuera una vieja mañosa. Esta está fina.

En eso se acerca un curioso bigotudo e interrumpe la charla:

-Disculpen. Buenos días. Me parece que está vendiendo a la chica, ¿no?

-Sí, a su orden. Son dos mil dólares, caballero. Nuevecita y sin detalles. Lo que está a la vista no necesita anteojos.

-Está bien, me la llevo –dijo el recién llegado.

-No, no -Interrumpió el tuerto-. Yo le voy a dar 2.200.

-Discúlpenme, pero aquí lo que se impone es la plata –alegó el bigotudo-. Yo pago 2.500.

-Bueno, señores. Un momento –dijo Ramón-. Vamos a hacer una cosa. Voy a esperar un rato más para ver si llegan más interesados y hago una subasta. ¿Les parece?

-Como usted quiera –opinó el tuerto-. A fin de cuentas usted es el dueño del negocio.

Al cabo de una hora ya había una docena de hombres interesados en la compra, pero en última instancia, la que llegó también fue una patrulla de la policía cuyo comandante era un evangélico. Y, en fin, a Ramón se lo llevaron preso y mientras iba en la jaula de la patrulla gritaba:

-¡Esto no es justo! ¡No hay derecho! Cómo es posible que se lo lleven a uno preso por puro vender mercancía de calidad. Más presos deberían estar los que venden las bolsas Clap.

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