Acepto hoy el reto de @solperez, quien diseñó un afiche promocional especial para las mujeres -ahí no hay ni una atleta hembra femenina-, pero lo pasé por alto porque eso no es lo más importante, como seguramente alguien me dirá por ahí, y aquí estoy con mi participación en Venezuela Concurso - Semana 28- Mi atleta eres tú.

A Robeilys Peinado la conocí hace poco, en los juegos Olímpicos de Tokio 2020, y no me quedó más remedio que profesarle admiración una vez que investigué un poco más de su intensa historia como deportista. Ella practica el salto con garrocha o salto con pértiga, una disciplina de esas a la que nunca le hacemos caso hasta que nos enteramos de que un venezolano se encuentra entre sus competidores. Cuando esto sucede en seguida comenzamos a investigar todo lo concerniente a ese deporte y en un santiamén nos convertimos en unos indiscutibles expertos de sus reglas, de sus estadísticas y de sus más recónditos secretos; así es el venezolano en su esencia más pura.

Robeilys Peinado comenzó a practicar gimnasia desde los tres años. Cuando cumplió los trece, cansada de tanto correr, decidió dedicarle su vida a la garrocha, por lo tanto, tuvo que continuar dando carreras como las buenas, pero debió aguantarse porque ya había realizado su elección y ella no es de las que se echa para atrás, una vez que ha asumido un compromiso. Su entrega total, su responsabilidad, la condujo a obtener varios galardones, uno de los más importantes fue la clasificación a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro, en 2016. En esa oportunidad, no pudo siquiera competir, porque antes de su debut oficial tuvo un accidente que la dejó sin opciones. La frustración fue tan grande que estuvo a punto de arruinar su carrera. Sin embargo, las heridas, poco a poco, van cerrando y pueden más las ganas de continuar que los percances del camino. Los pequeños y grandes éxitos regresaron al poco tiempo, entre estos últimos se encuentran la medalla de bronce en el Mundial de Londres 2017 y el octavo lugar, con diploma olímpico incluido, en la reciente contienda con sede en Tokio; un gran logro si tomamos en cuenta las condiciones en que entrenaba, dentro de su casa, el año pasado.

Robeilys me llama la atención porque se trata de una atleta ejemplar, de apenas 23 primaveras, quien, además, como digna representante de la mujer venezolana, es bella. Encontrarse con esa humanidad que mide 1,70 y es capaz, agarrada a una garrocha, de pegar unos saltos que sobrepasan los 4,50 metros, debe ser una experiencia alucinante. Yo la invitaría para mi pueblo, durante estos meses de lluvia, para que corte una vara bien larga de palo sano y entrene todo el tiempo que pase conmigo saltando esos barrizales o montándose con un solo impulso hasta el gancho más alto de una mata de aguacate, así aprovecha de bajar unos cuantos de esos frutos. Me imagino que para ella no debe representar ningún problema el río crecido, porque con un brinco de la garrocha llegaría a la orilla del otro lado como si nada. Claro está, que además la alimentaría con una dieta exclusiva para los atletas de alta competencia. En el desayuno comería chorizo carupanero con arepa raspá y yema de gallina criolla; en el almuerzo, sancocho de pescado con bastante vitualla y un totuma de papelón con limón; y en la cena, cachapa o bollo de maíz tierno con queso o cochino frito… Con un régimen como este, nada la detendría.

Como pueden notar los que se atrevan a leer esto, no observo a esta niña como una pareja ideal, sino con una gran admiración. Le deseo, de todo corazón, dejando de lado ahora todas esas imágenes costumbristas anteriores, los más resonantes éxitos.