Por porfiada perdí parte de mi tesoro


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Guardar pequeños recuerdos en gavetas de peinadores, escritorios, gabinetes clóset u otros sitios que a tal fin se presten, es una costumbre que la mayoría compartimos, generalmente son objetos de escasa utilidad, pero por motivos sentimentales cuesta desprenderse de ellos.


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Todos tienen su historia que revivimos con nostalgia al verlos .

Tengo un baúl que llamo el baúl de los recuerdos, donde guardo parte de mi tesoro: mi foto en grupo con mis compañeritos de tercer grado, el original de mi fe de bautismo, fotos con dedicatoria de mis amigas de la secundaria de las que jamás volví a saber, los tesoros de mi madre, un sobrecito con los restos de los cordones umbilicales de mis hijos, los comprobantes de sus vacunas, las primeras tarjetas del día de la madres escrita y elaborada por ellos.

También guardó una gomera que decomisé a mi hijo menor cuando tenía 10 años (hoy tiene 43), para evitar que con ella pudiera romper los vidrios de las ventanas de vecinos.


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Ciertos tesoros además de tener un valor sentimental, tienen un valor monetario y, al ser codiciados por otros, en un descuido podemos perderlos.

Mi caso: perdí mi anillo de graduación, que ni un día dejé de usarlo, desde el momento que fue colocado en mi dedo anular al graduarme a los 18 años de técnico medio en enfermería. Y aunque después, obtuve un título universitario, seguí fiel a mi anillo, era la muestra de mi primer logro en la vida y eso me enorgullecía.

Mi anillo resaltaba en mi mano, por eso mis hijos ya adultos siempre me advertían: "Mamá cuando salga a la calle, quítese ese anillo", "Mamá pueden darle un susto", "Doña no sea porfiada, malandro no perdona, son capaces hasta de matar para robar". Y yo respondía: "Este anillo solo tiene valor para mí, ¿Qué ladrón perdería el tiempo en eso?".


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Pero como sabemos, todo tiene un día y ese día llegó cuando fui a un banco a retirar dinero. Terminada la gestión, cometí la imprudencia de salirme del banco para esperar a mi hijo menor que vendría a buscarme.

Mientras esperaba, un hombre se acercó y me dijo: "No corra, no grite, tranquila. Deme el anillo y no pasa nada". No me asusté, me quité el anillo y se lo entregué. El ladrón se fue sin correr, pero caminando rápido.

A los pocos minutos llegó mi hijo, no sé qué expresión vería en mi rostro, pero me preguntó: "¿Qué tiene mamá?", le respondí: " Nada, que tengo rato esperándote y estoy cansada".

Pasado unos días le conté y se ofreció mandar a fabricar uno igual. Le dije que otro jamás sería igual.

Así, después de 45 años con mi anillo, por porfiada perdí parte de mi tesoro. Y como dice el cantante Boony Cepeda en una de sus canciones: "Una fotografía, fue lo que me quedó".

¡Gracias por leer mi publicación!
Es mi participación en el reto de @panchocroquer

Fuente: imágenes de mi propiedad

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En mi pueblo esa gomera se le llama fonda. Que bueno tener esa fonda gomera con una buena liga de torniquete y una metra para darle un lindo fondazo al malandro ese.

Usted si que tiene un baúl de recuerdos. El verdadero tesoro pirata.

Muchas gracias por atreverse a mostrarnos sus tesoros y parte de su vida.

Un saludo y éxito.

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