Concurso de Arte y Escritura. Nueva Edición #65

El palco se levantaba hacia lo alto del público, encumbrando a las personas allí presentes por encima del resto. Y no obstante la visión estando dentro de estos es reducida, ellos sí eran visibles para los asistentes, los de arriba…arriba y los de abajo…abajo. Esas jóvenes con un catalejo llamaron mi atención, divisaban tan poco el espectáculo que debían usar ese instrumento…pero estaban en Palco…que banalidad tan extrema debe existir para estar tan lejos de lo que quieres disfrutar, de otros seres humanos…en fin. Subí las escalinatas que nos separaban para entender mejor, para comprobar que tan bueno era sentirse…por encima.

El servicio que el palco ofrecía era elementalmente el estatus durante la actividad, "exponer la estampa" o “considerarse adinerado”. Separaba a dos tipos de públicos, la idea era que desde arriba se observaba mejor, se miraba por encima del hombro pero jamás se sentía mejor, lo mismo pensaban esas jovencitas lamentándose de no estar en la parte inferior cuando observaron a algunos jóvenes caballeros guapos llegar a esta.

Brindaba sensación de territorialidad estar en palco, este pedazo es exclusivamente mío, el hombre y su precaria formación del compartir. Y esto quiere decir que la territorialidad involucra un límite, una demarcación, que puede ser o sentirse amplia, o ser tan escuálida como las delgadas cuerdas que fraccionaban cada balcón esa noche, fragmentando a sus integrantes de otros e indiscutiblemente del resto del público que estaba... debajo de ellos.

Bajé las escaleras rápidamente, el espectáculo comenzó, todo era algarabío, yo iba en la parte inferior cerca del cantante, sintiendo el calor de otros seres humanos, sus voces y risas. Inició la zarzuela “La Revoltosa”…la cual paradójicamente se desarrolla en un patio… de repente miro al piso y veo los catalejos y un poco más allá a sus dueñas departiendo entre risas con los jóvenes de…abajo.