Como se llama esta tristeza abuelo, esta que nos está azotando no nos dejar salir a tocar los instrumentos…el abuelo rompió en llanto, se colocó las manos en la cara como signo de vergüenza y dijo: se llama impotencia querida nieta, es una mezcla de rabia y melancolía, no poder conseguir para comer sino un pedazo de pan.

Desde hacía varios meses los inseparables abuelo y nieta recorrían las calles por pueblos, tocando la mandolina, la guitarra y dejando canciones en todos esos lares, provocando alegrías en su pasar. Esa semana habría sido especial, esas monedas que solían dejarles después de instrumentar, no llegaron. Estaban lejos de casa, en ella esperaban la enferma madre de la niña y dos hermanos menores.

Se sentían abandonados a su suerte, sin importarle a nadie, ni al Estado, ni a los organismos nacionales de protección al menor y a los ancianos, debían regresar al hogar con las manos vacías. La persona que les daba cobijo por esa noche escuchó la conversación, les tocó la puerta y al abrirle les entregó unas frutas, melaza, más pan y agua fresca. Le dijo el anciano: no puedo permitir que esa joven a tan temprana edad sienta que el mundo es hostil, perciba esa impotencia que Ud. y yo conocemos, quiero que continúe tocando la mandolina o haciendo lo que ella quiera, siempre confiada que algo o alguien si ella hace lo correcto va a llegar y le va ayudar, que tenga confianza en el mundo. El anciano sonrió y volvió con su nieta con las manos llenas.