Encuentro en la Penumbra: El Consuelo de Mamá Mística

Sentada frente al televisor, aunque encendido en un programa, no le prestaba atención. Lía Melancourt estaba viviendo un momento de profunda tristeza por la pérdida de un ser querido: Su abuela materna.

Su mirada se perdía entre los píxeles de la pantalla a colores mientras recordaba momentos que no volverán a ocurrir en su vida con ella.

Mística, una mujer de 65 años, había sufrido por alguna razón un infarto que le arrebató la vida; no hubo tiempo de estar a su lado para ayudar en el momento justo, no hubo una reunión de despedida, ni mucho menos besos y abrazos de amor. Simplemente, dejó de existir, abandonó su morada para convertirse en lo que siempre fue: Un espíritu libre de la misma esencia de su creador.

Hundida en la más profunda tristeza, las lágrimas resbalaban con sus tersas mejillas, aterciopeladas, como frecuentemente las llamaba su abuela con le daba una caricia para consolarla. Nadie comprendía el dolor que estaba atravesando, pues, no comprendían el amor que sentía por ella.

Una cálida mano se dejó posar sobre su hombre izquierdo, tan suave, que apenas pudo notarla cuando una vos cálida y muy dulce le dijo:

— ¿Por qué estás tan triste?, mientras que, con el dedo gordo de su mano, le hacía caricias.

— ¿Qué? ¿Mamá Mística? ¿Pero cómo es posible? ¿No estás...?

Sus palabras se cortaron cuando vio a una mujer que, a pesar de la edad, relucía joven y hermosa, parada a su lado, pero que pudo reconocer por esa voz que escuchó tantas veces mientras buscaba consuelo en su regazo.

Su llanto se tornó más fuerte, y abrazándola, le dijo:

— Siento que perdí mucho tiempo y no te di todas las cosas que merecías. Desperdicié parte de mi vida, sin considerar que nuestro paso por esta tierra es transitorio.

Lía sintió como las manos de Mística se posaron sobre su cabeza para darle el consuelo que necesita en ese momento tan lúgubre y melancólico en medio de su sollozo.

— Pero, ¿Por qué dices eso, mi niña?, dijo Mística mientras le levantaba el rostro. Déjame sentarme delante de ti, y hablemos de eso.

Arrimó una silla cercana y la puso frente a Lía. Era como si estuviera viviendo nuevamente, esos momentos donde su adorada abuela, estaba allí para ella. Suavemente, quitó de su rostro el cabello humedecido por las lágrimas que aún brotaban de sus ojos color ámbar.

— La vida, mi querida niña, es desperdiciada de muchas formas, así que no digas eso nunca más.

Luego de calmarla un poco, tal como siempre lo había hecho, comenzó a decirle nuevamente.

— La vida se desperdicia cuando vives la vida de otra persona y no la tuya propia, cuando criticas los errores de los demás y no intentas mejorar los tuyos; la pierdes cuando te arrepientes de los fracasos y no haces las correcciones para triunfar. La desperdicias, mi amada niña, cuando intentas opacar el brillo de los demás para que se vea tu brillo o cuando te concentras solamente en las cosas negativas y no disfrutas de las cosas buenas que la vida te da.

— ¿Me vas comprendiendo?

Lía, con toda la atención que un ser humano puede dar a otro, asintió con la cabeza. Rosa Mística continuó diciendo:

— No perdemos la vida cuando dejamos de respirar, mi niña hermosa, sino cuando dejamos de ser felices.

Lía cerró los ojos, tomó una profunda respiración y se echó hacia atrás sobre el acolchado mueble, reflexionando sobre todo lo que le acababan de decir. Solo pasaron unos segundos cuando, al abrir los ojos lentamente, se encontró con el televisor encendido. Todo había sido un sueño. Sin embargo, una sensación de paz la envolvía como nunca antes.

Al intentar levantarse del sillón, notó algo extraño. Frente a ella, había una silla; la misma silla donde Rosa Mística la había consolado. Pero esta vez, sobre la silla, había un sobre cerrado con su nombre. Con manos temblorosas, Lía lo tomó, sin saber que su contenido cambiaría su vida para siempre.

Reflexión:

Es momento de abandonar la crítica, incluso si se hace con buenas intenciones. Es tan fácil herir a alguien sin darnos cuenta de que, en ese instante, lo que realmente necesita son palabras de aliento, fe y apoyo. Al igual que es casi imposible alisar completamente una hoja de papel una vez que ha sido arrugada, nuestras palabras pueden dejar cicatrices profundas. Sin embargo, he aprendido que el amor tiene el poder de superar los defectos. Cuando amas de verdad, eres capaz de perdonar y dejar atrás los errores del pasado, eligiendo enfocarte en lo positivo y en el futuro que pueden construir juntos.

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