El día que fui un duende. Steemzuela Ventest Week 14

in #freewritehouse5 years ago (edited)


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El día que fui un duende


Estimados amigos amantes de las historias sobrenaturales y del concurso Ventest de Steemzuela, conducido por @dranuvar y @freewritehouse, contaré una de las experiencias que nutrió mi gusto por este tipo de historias. No es un relato escuchado, sino vivido.
Hace mucho tiempo, cuando era una muchacha de catorce, menuda, flaca y poseedora de una descomunalmente larga melena rizada, hice una visita de tres meses a la casa de mi abuela paterna, en la costa de Paria. Estaba la casa en un poblado levantado al pie de un cerro, lindando con la selva por un lado y con el mar por el otro. La naturaleza había bendecido este enclave con mucha belleza y fecundidad, y tal vez por ello su gente era alegre y dada a la fantasía. Eran buenos contadores de cuentos; esa vena estaba sembrada en su corazón tanto como la habilidad para el baile y la música.
El caserío estaba dividido por el cauce de un río que se engrosaba a medida que penetraba la selva, hasta hacerse caudaloso y temible, y contaba con pozas traicioneras y caídas de agua de impresionante belleza. Pues resulta que, un día, apareció misteriosamente una bandera ondeando en la cima del cerro. Era una bandera azul y oro, que recordaba un poco a un lábaro medieval.
Desde que me levanté, no hice sino escuchar fantásticas historias sobre el origen de la bandera y lo que simbolizaba, y eran tan elaboradas las teorías que en mi cabeza adolescente se metió la idea de subir a ver de qué se trataba y, si era un campamento de duendes, como decían, me quedaría con ellos un tiempo. De ese modo simple comenzó mi aventura.


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Con un pequeño morral al hombro, donde había guardado mis pinturas, papel y algo de agua, me enrumbé hacia el cerro entre la espesura. El suelo, que había sido pedregoso en la margen del río se fue haciendo arenoso y, poco a poco, limoso, de fino polvo cubierto de materia vegetal, cuyo olor a madera y hojas podridas se levantaba en vaharadas tibias, a medida que la una oscuridad preñada de silencio esponjoso se recogía a mi alrededor como una cobija invisible y apretada de sombras.
La selva es oscura y silenciosa.
No, la selva es oscura y observa con silencio expectante a los intrusos. Los insectos zumban en el rostro, y pican. Uno que otro pájaro llama lejos. Hay roedores de distinto tamaño que se arrastran entre la maleza, y allí, mientras más me internaba subiendo la cuesta, todavía suave del pie del cerro, los monos cuchicuchi chillaban de vez en cuando con extraordinario parecido a una irritante risita humana. Y no hay cielo. Los árboles se cierran de tal modo sobre la cabeza que calcular el tiempo parece imposible; tanto como calcular la distancias. Cuando dejé atrás la trocha apenas dibujada por pasos antiguos, simplemente me perdí en el laberinto de troncos, y ya no sabía de qué lado tenía el río, cuyo eco sordo me había acompañado un buen rato, ni si me había desviado de la línea recta que seguía hasta el campamento de los duendes.


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Es terrible sentir miedo de habitar la realidad.
De alguna manera, la cada vez más sustantiva certeza de que el campamento en cuestión era un juego imaginario que había llevado demasiado lejos, me hacía consciente del profundo peligro que implicaba mi situación actual. Nadie sabía adónde yo había ido, y nadie me extrañaría hasta la noche; caminar implicaba el riesgo de alejarme más de la posibilidad de regresar. Y la verdad era que estaba acalorada y hambrienta, y tratar de no entrar en pánico me agotaba.
Una piedra enorme me ofreció asiento, y me subí a ella. Me quité las sandalias e hice contacto con la piedra fría. Cerré los ojos y me concentré en escuchar. Oír cada sonido en ese universo poblado secretamente. Escuchar cada respiración viviente hasta encontrar entre ellas la respiración bramante del río. ¿Cuánto tiempo estuve buscando orientación en ese laberinto intangible? Fue mucho, y mucho escuché entre los susurros que pretendían escondérseme. Todo resuena en la selva, todo cruje y gotea, todo aspira y crepita, toda sisea y todo sospecha… De pronto, ahí estaba y se acercaba, no el sonido del río, sino el sonido extranjero de pasos entre la maleza. Eran toscos pasos humanos destrozando el acompasado ritmo vital que había estado oyendo. Abrí los ojos. Dejé de escucharlos. Volví a cerrarlos, y volví a encontrarlos; y no volví a abrirlos hasta que fue evidente para mis sentidos que estaban muy cerca, y de captar en qué dirección venían.
Vi al cazador entre los troncos de los árboles a mi costado, bastante lejos, y eché a correr tras él, llamando. Mi larga falda se enredaba en el monte, y los cabellos, pesados de sudor, se me venían sobre el rostro. Dejé parte de una manga de mi blanca blusa en una rama, junto con un retazo de piel. No le presté atención al manchón de sangre que se extendía por mi hombro.
Gritaba. Pero el hombre no daba señales de escucharme.
A pesar de ser un hombre pequeño y flaco, cuyas grandes botas de cuero parecían muy pesadas, caminaba rápido. Una de sus zancadas eran tres de mis pasos, que daba, además, con pies desnudos, pues dejé mis sandalias atrás, al salir a la carrera.
Me animaban sentimientos muy contradictorios: alivio, desesperación, miedo. El frágil hilo de cercanía que me unía a ese hombre podía significar salir de la selva. Era un cazador (por tanto, conocía el monte), de eso no había duda: de su costado colgaba una ristra de pájaros muertos y a la espalda colgaba una carabina tipo flobert. ¿Era real? De eso tenía dudas.
El cazador tenía un aspecto tal vez demasiado antiguo y, aunque era evidente que no me escuchaba, era imposible que no lo hiciera, pues mi angustia se desgañitaba a todo pulmón. Por otra parte, era claro que sudaba. Su camisa color caqui exhibía una mariposa de sudor en la espalda que crecía copiosamente y le iba pegando la tela húmeda al cuerpo. Y apretaba el paso; se diría que casi corría y a mí se me hacía cada vez más difícil adelantarme. Temía perderlo entre los árboles. Sin embargo, pronto, entre mis gritos, comenzó a oírse un eco de agua, y mi gañido quedó atrapado en su torrente. La vista del cauce entre las hojas me embelesó un segundo.
El cazador fantasma había desaparecido.
Caía la tarde.
Río arriba, bajo la luz crepuscular, divisé las ruinas difusas de un puente de palos. Lo reconocí. Estaba cerca del pueblo. Arribé a él en el límite inicial de la noche.
A nadie conté mi aventura, pero aquella noche le pregunté a mi abuela si se contaban historias de fantasmas en el cerro. Me dijo que sí, y me refirió la historia de la novia ahorcada, que les contaré algún día. También me relató la historia de un cazador que se había suicidado en el monte, atormentado por el fantasma de su mujer, a quien este maltrataba en sus borracheras. Pensé con escalofríos que conmigo, tal vez, se redimió un poco de su pena.
Pero por mi abuela también me enteré de la evolución de las historias que la bandera había provocado.
Esa tarde, una partida de hombres valientes fueron ensalmados por el brujo Calazán y desmontaron la bandera del cerro y la quemaron.
Cuentan que bajaron del cerro aprehensivos, con el rostro cerrado, y más de uno asegura que vio a una mujercita duende herida, vestida con largas faldas blancas, muy parecida a una niña de cabellos larguísimos. Que iba descalza y echaba a correr detrás de los hombres, llamando.



Gracias por la compañía. Bienvenidos siempre.


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Hermoso a pesar de todo visualice a esa niña reír . Gracias por compartir @adncabrera. Gracias a la publicación que hizo, llegué a estos caminos .

Gracias a ti, @lisfabian, por pasar a leer mi historia. Sí, me reí bastante. Aún me río.
Espero que participes.
Un abrazo.

¡Te perdí la pista, sin las traducciones al inglés! Es bueno ver que todavía estás entre nosotros. Me aseguraré de que te vean en los favoritos del próximo viernes (si continúo haciéndolos).

(How did google translate do with that?)

I lost track of you, without the English translations! Good to see you're still among us. I'll make sure you get noticed in the next Friday Favorites (if I continue to do those!).

You are a love, @carolkean. I have many days publishing mainly in Spanish (and publishing less than usual) I have been full of work and translating is arduous and slow.
A big hug. Always welcome.

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