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Confiar o no confiar, esa es la cuestión

A simple vista ese farol azul, antiguo, similar a tantos otros, no parecía tener nada fuera de lo común. Sin embargo, hay que estar muy atento, porque con los faroles nunca se sabe, están ahí tan quietos, tan sigilosos, tan altos, nunca pude confiar demasiado en ellos.

No estoy segura, creo que aquello comenzó una fría noche de enero, cuando el farol del oscuro boulevard de la calle Pacheco se disponía a iniciar su jornada laboral, con su uniforme, y equipamiento previstos; luces, engranajes y soportes, todos funcionando correctamente.

Como era su costumbre Farol se dispuso a beber un café, de manera de lograr acortar, aunque sea un poco, el letargo de esa tediosa y escasa actividad nocturna. Lentamente comenzó a sentir los efectos de la cafeína, agudizando al extremo, practicamente, todos sus sentidos.
Se sentía inquieto, por lo que decidió hechar un vistazo hacia el final de la callejuela, fue entonces cuando sus brillantes ojos presenciaron lo más inesperado.

Parecía que esa noche iba adquiriendo ciertos matices interesantes. Decide acercarse a la escena sigilosamente, de esta manera sorprendería a los personajes. Se acomoda estratégicamente, y procede a proyectar vibrantes destellos de luz sobre tres individuos, dos hombres y una mujer, que se trasladaban a paso firme y veloz, cargados con voluminosas maletas.
Farol da la voz de alto, pero los tres hacen caso omiso y echan a correr a toda marcha, sin embargo, a unos pocos metros logra interceptarlos rápida y efectivamente.

La situación era extremadamente clara, estos tres sujetos acababan de sustraer la cuantiosa suma de $5.000.000, provenientes de la prestigiosa entidad bancaria de la zona.
Si algo caracterizaba a Farol, era su capacidad resolutiva, y su expeditiva personalidad. Por ello mismo, con gran pedagogía, explicó a aquellos desafortunados delincuentes lo que sucedería a continuación. Les indicó que tomaran cinco de las seis maletas, y las depositaran del otro lado de la acera, y efectivamente así lo hicieron.
Luego con voz más grave y firme les ordenó que tomen esa única maleta, dieran la vuelta, y desaparecieran más rápido que una chita, y más sigilosos que una gacela.

En ese mismo instante Farol dejó en absoluta oscuridad aquel boulevard, donde trabajó durante veinticinco años.
Ése fue el último día, o mejor dicho, la última noche que alguien supo de Farol, nunca más se lo volvió a ver.