Me voy contigo. Verso libre
Atardecer en la pradera, de Albert Bierstadt (1870)
Ven, año viejo, a sentarte conmigo
en esta tierra de lluvias solitarias;
siempre me sobra tabaco y ron.
Mira el tiempo que estuvimos juntos,
doce meses y un día entre un quizás y el campo,
componiendo coplas a las flores
que se iban sin prestarnos atención,
entre manglares sinuosos y una canción tímida
de letras que dijeron más de lo que pudimos.
La refulgencia de los fuegos artificiales
semeja al sol nocturno que ansía toda noche,
cuando la luna no basta para aclarar el monte.
Las alas del ave que ardía en el cielo
alumbraron el sendero anoche,
ese camino claro por donde yo venía
y que por descuido cubrió la enramada.
Yo miré hacia atrás y vi que te ibas,
con tu paso lento, acostumbrado,
dándome la espalda y sin decir adiós.
Me aferré a la botella y a mi propio pecho
y lloré como un muchacho cualquiera
y gota a gota me dejó también mi propio aliento.
El pueblo está solo y las luces coloridas
que adornan las casas de lejos
me saludan con su reflejo delicado y distante,
como la dulzura inalcanzable de días pasados
se deja apenas saborear por el ávido recuerdo.
Ven, año viejo. Háblame, que estoy solo
y el año nuevo me ignora; me ha dejado
con el café molido de ayer y las polainas colgadas.
Los bejucos por fin vendrán a acostarse
en la hamaca del porche.
El sonido del río seguirá fluyendo
ahora que he marchado viejo, sin saber de la caricia,
ni del beso afortunado de la mañana sonreída.
He quedado viejo y mi casa, en silencio.
Cuando los niños vuelvan a este caserío,
acaso quedará el polvo de mis huesos.
El camino se me perdió de vista
entre la añoranza y este eterno sueño,
que yo esperaba dormir desde hace tanto,
pero que igual me ha tomado sin aviso.
El aire que me habitaba
se ha marchado con gran fanfarria.
El ave de fuego que renace, alguna vez
también se apaga, como mi voz se acalla
tras mis labios apretados
por el arresto que sufre mi pecho,
como mi visión se ennegrece tras mis párpados.
Y como mis piernas se aquietan
antes de recorrer otros campos.
West Rock, New Haven, de Frederic Edwin Church (1849)
Gracias por leer.
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