Ella es Andrea, tiene ocho y es más fuerte que yo.

Ella es Andrea, tiene 8 años. Es una de mis primas más pequeñas, mi vecina y una de las personas más importantes que hay en mi vida.

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No quiero considerarme como una de esas personas que se sienten excluidas de su familia sólo por el hecho de que simplemente no encajan, de que son completamente distintos y de que esa conexión biológica que se supone que debes sentir no existe. Pero sí admitir que a veces me siento un poco distante a ellos. No me malinterpreten, amo a mi familia con todo mi ser, aunque a veces me sienta fuera de lugar en compañía de ellos. Sin embargo, eso cambia con ciertas personas, una de ellas es Andrea.
Apenas tiene ocho años y me ha hecho sentir más cosas que cualquier otro miembro de mi familia (exceptuando a mi madre, claro). Quizá es porque en el fondo, me veo reflejada en ella de alguna forma o quizá sean esos ojos inmensos que me miran cada vez que pregunta algo.

He tenido que pasar por muchas separaciones en mi vida. Vivir en el interior del país y decidir estudiar en la ciudad capital hace que ese número se incremente. A pesar de que aún puedo verla cada tres meses, ella siempre ha sido y será la separación más difícil que me toca atravesar. Me he acostumbrado tanto a su presencia, a sus palabras, a su risa, a sus ocurrencias y a sus ganas de meterse conmigo, que por mucha capacidad de adaptación que tenga, me cuesta sólo no tenerla cerca. No quiero ni imaginarme lo que será de mi cuando ya no pueda verla cada tres meses. Hace unos años me tocó imaginarlo pero gracias a quién sabe qué cosa, todo mejoró y pudimos seguir teniéndola en nuestras vidas.

Escribo esto porque hoy fue uno de esos tantos días en los que mi mundo se derrumbaba al ver su cara de tristeza. Hoy fue uno de esos tantos días en los que me di cuenta de lo mucho que quiero a esa niña y de lo mamá que puedo llegar a ser cuando alguien me importa de esa manera.

Hoy Andrea quería visitar a su hermano mayor y compartir con su nueva sobrina, así que decidí desocuparme y llevarla. No es ningún secreto que Venezuela está pasando por una situación horrible y como consecuencia de esto, la poca tranquilidad que tenía el venezolano al andar por las calles viviendo su rutina, desapareció por completo. Algunas de las calles estaban rodeadas de manifestantes pacíficos que se levantaron hoy y salieron de sus casas con la intención de pasar 10 horas "plantados" como la método de protesta contra el régimen que estamos viviendo. Yo sabia qué calles están cerradas, yo estaba en ellas antes de ir a buscarla, así que decidí irme por el camino más seguro. El día había transcurrido bastante bien, todos estaban informando a las personas y a los carros sobre la situación. Lo que no sabía es que estábamos a pocas horas de que la "protesta pacífica" se convirtiera en todo lo contrario. No pretendo adornar esto con palabras que probablemente desanimen a muchos o con palabras que describan esta situación crítica que ya varios conocemos bastante bien. Sin embargo, hoy mientras esperábamos que mi primo regresara de hacer compras para ver una película, sentí mucho más miedo y desespero que en cualquier otra experiencia que haya podido vivir gracias a la represión

Escuchar a Andrea (que siendo apenas una niña sostuvo mi mano muchas veces antes mientras me desmoronaba), llorar y verla sentir tanto miedo, es de las peores experiencias de este mundo. El hecho de que estábamos escondidas en un baño mientras afuera sólo se escuchaba gritos, disparos y llanto, no es algo que me gustaría que quedara en la memoria de una niña de ocho años que todo lo que hace es sonreír y abrazar a las personas que los necesitan. Cuando logramos salir de toda esa situación, Andrea me pregunta si eran esa clase de cosas las que vivía cada vez que salía a la calle. Notó que estaba tardando mucho en responder así que sólo agarró mi mano y me dijo que era hora de regresar a casa. Y una vez más sentí que yo era la niña y ella el adulto...

Más tarde en casa de mi primo, Andrea le dice a su nueva sobrina que ella espera ser su Daniela. Mi primo entra y le dice que eso sería una pesadilla para su hija y yo sólo me río intentado ocultar un par lágrimas provocadas por todos los recuerdos que vinieron a mi mente al escucharla decir eso.

Hoy, una niña de ocho años fue mucho más fuerte que yo. Esa misma niña que me pregunta una y otra vez lo mismo sólo para acabar con mi paciencia, esa misma niña que se pone a cantar conmigo sin importar dónde estemos, esa misma niña que me acompaña a ver el techo y el cielo, esa niña que se me queda mirando y me dice "es que te ves graciosa", esa misma niña que vive para preguntarme por qué soy tan alta, esa niña que me dice que estoy loca porque hablo sola, esa misma niña que me mira raro porque hablo con mi celular, esa misma niña nunca suelta mi mano cuando me ve triste, esa misma niña que toca mi puerta para decirme que tenemos que empezar la lección de francés, esa misma niña con la que hago desastres en la cocina haciendo algún dulce.
Esa misma niña que me acompaña a todos lados hoy, fue más fuerte que yo.