Era el día enunciado, el momento propicio. Nos encontramos en el lugar donde surgió nuestro amor y ambos ascendimos a los espacios inhóspitos que circundan sobre nosotros.

Nos esperaba una barca echa de plata argentina, con bordes de flores de zirconio, y un ángel de alas Esmeralda se posó en la proa, dándonos la bienvenida y la bendición.

Atravesamos los mantos de las auroras y sus habitantes nos brindaron el más enérgico saludo. Llegamos al vacío y vislumbramos maravillados a las estrellas bailar. Las más traviesas de ellas se nos acercaron y jugaron con nosotros sonrientes.

Llegamos a la superficie de un planeta llamado "Ariel" nuestro lugar favorito, y llegamos al campo de flores mágicas y parlanchinas donde sería el evento de nuestras nupcias.

La gran serpiente serpiente del cosmos, portadora de toda la sapiencia del universo, descendió a nuestra boda para unirnos ante todos los seres del infinito.

El gran dragón de Sarius, las más floja de todas las grandes bestias, también estuvo allí, y nos sonrió levemente al vernos a ella y a mí tomados de las manos, muy enamorados.

Las flores alienígenas esbozaban un canto nupcial, diferente al nuestro mundo. Y la gran serpiente dejó caer sobre nosotros toda su gracia y luego se esfumó.

El cielo se nubló con un amarillo centelleante, y un lazo blanco nos rodeó, denotando por fin, que ella y yo ya estábamos casados.

Una estela surgió de la tierra, con una inscripción en su fachada. Era el evento que acababa de ocurrir, el más feliz de nuestras vidas, y luego de dejar nuestras marcas el gran dragón de Sirius nos llevó a nuestro hogar, con la promesa de volvernos a traer para nuestro aniversario.

Ilustración