"La mujer del César no solo tiene que ser honesta; también tiene que parecerlo"

(Plutarco)

Anecdotario:
Durante la celebración a la Bona Dea, el joven patricio Publio Clodio había entrado en la casa del Pretor Cayo Julio César buscando, presuntamente, encontrarse con Pompeya, la mujer del César. Nunca antes se había presenciado un acto como ese. Aquello era una afrenta al César, a la ciudad. Era también un sacrilegio. Las festividades de la Bona Dea, celebración de la fertilidad, la castidad, estaban prohibidas a las presencias masculinas; nada que recordara el agravio a la hija, innombrable de Fauno, podía formar parte de ellas.

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A la casa de Cornelia, madre de Pompeya, llegó la noticia de boca de una sirvienta:

Contó que mientras colocaban los velos a las ánforas (en la fiesta se tomaba vino, pero se ocultaba a la vista), ponían los vasos de leche (en ellos se vertía vino, pero se le llamaba leche), desalojaban cualquier animal macho, cubrían las estatuas y los cuadros que representaran hombres, mientras llenaban la casa de flores para honrar a la Bona Dea, una sirvienta de Pompeya hizo pasar a Clodio, con atavíos de mujer y con lira en mano, y le pidió que esperara. Pero él, impetuoso, confiado en su aspecto de doncella, imberbe aún, se adentró en la casa, donde se encontró de sopetón con una criada de Aurelia, quien tenía por costumbre la tentación de manosear a las jóvenes. La sirvienta tocó a Clodio y llevó el escándalo al interior de la casa. Aurelia, madre de César, quien mantenía desconfianza y estrecha vigilancia sobre Pompeya, cerró la casa hasta encontrar al intruso.

Se suspendió la Saturnalia; Pompeya se declaró inocente y las mujeres intercedieron por ella ante el César; argumentaron que las Vestales estaban presentes para resguardar la fiesta. Clodio dijo simplemente, al día siguiente, que él no estaba en la ciudad. Con ello se declaró el mayor escándalo sexual y político de la Roma republicana.

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La ciudad estaba enardecida; una parte pedía castigo para Clodio, la otra quería absolverlo, pues su padre tenía gran poder en el senado. César no tenía elementos para denunciar a Clodio y le interesaba su apoyo político. No era conveniente enfrentar las fuerzas; entonces, como salida magistral anunció el divorcio.
Dijo:

“Los míos deben estar libres de cualquier sospecha.”

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Es Plutarco de Queronea (45 d.C.-127 d.C.), vinculado a la Academia platónica de Atenas y sacerdote de Apolo en Delfos, quien da forma a la cita, como se le conoce en la actualidad: "La mujer del César no solo tiene que ser honesta; también tiene que parecerlo". Lo hace en su obra Vidas paralelas, escrito sobre la moral que lo dejó en la historia. Cuenta Plutarco que los jueces, temerosos, redactaron sus veredictos con tan mala caligrafía que fue imposible entenderlos y que gracias a eso el joven no pudo ser condenado. César capitalizó el apoyo popular de Clodio aliándose con él y sumándolo a su causa política.

Independientemente de que la historia de la cita demuestra, desde la intención de Julio César, el uso de una doble moralidad y un sentido de oportunidad política extraordinario, desde entonces se usa la frase para solicitar el cumplimiento estricto de las normas en la vida política y social en general.
En la vida cotidiana aparece como la necesidad social de guardar las formas, para librarse de malos entendidos.

Todas las imágenes de este post han sido intervenidas con Paint para reducir su tamaño; a la del César se le incorporó, además, el texto.

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