Fue un día maravilloso, lleno de buenas noticias, la primera noticia que recibí fue que tendría un nuevo cargo además de un jugoso aumento. Hasta me dieron el resto del día libre, por lo que me dio tiempo de pasar por el mercado y hacer otras cosas. Fue un día hermoso, se sentía algo distinto en el ambiente, como si la naturaleza sabía que era el inicio de la paz en mi vida: las bellas las once estuvieron todo el día despiertas, hermosas mariposas y colibríes bailaban en mi jardín. Juraría que las flores se multiplicaron de la noche a la mañana. No hubo calor como siempre, había una brisa fría pero agradable, un día nublado pero sin una sola gota de lluvia.

Incluso las personas estaban más amables ese día, el señor del mercado, que era siempre arrogante y amargado, sonreía a todos y atendía con bastante amabilidad, hasta más barata me dejo las verduras. Mis hijos que siempre peleaban por algún juguete, ese día jugaron de forma armoniosa. No sé escucho ningún grito de los vecinos como de costumbre, ni la música escandalosa. Aunque esto último era entendible dadas las circunstancias.

Ese día busqué estar a solas un momento, me fui a caminar para poder soltar la sonrisa que con tanta fuerza buscaba salir. Me permití ir al café de la esquina, aquel al que más nunca pude visitar porque Rogelio odiaba ese lugar. Me tomé un café con leche y lo acompañé con un bizcocho; estaba perfecto, no sé si era por mi estado de ánimo de ese día pero no he vuelto a probar uno tan delicioso como ese. Me sentía tan bien que hasta coquetee un poco con Jorge, un hombre verdaderamente atractivo que también andaba en busca de un bizcocho y café.

En la noche cuando mi hijo miraba un programa turístico, me preguntó si podríamos ir a ese lugar tan maravilloso, me sentí libre de limitaciones de cualquier tipo y respondí con un firme: Sí. Luego pensé para mí misma: “ahora podemos ir a cualquier lugar que deseemos”. Ni siquiera pensé en el dinero, me sentía libre, como un pajarito que podía volar hacia cualquier lugar.

Yo sé que no se agradecen las desgracias, pero después de cinco años de violencia domestica sumado a tres años de acoso, no podía sentirme de otra forma, solo el que ha estado preso sabe el valor de la libertad, me sentía en paz, aunque fingí tristeza esa tarde, justo antes de ir a tomarme el café. Hasta solté algunas lagrimas por cortesía cuando doña Emilia tocó a mi puerta y me dijo: Emily, mi hijo ha muerto, mi pobre Rogelio…