Me encuentro sentada en el borde de la ventana observando un cielo estrellado. La luna plateada se asoma, iluminando todas y cada una de las partes de la ciudad. Los copos de nieve se deslizan y caen al suelo creando una capa perlada y brillante. Entonces siento como mi corazón se llena de nostalgia ante tanta hermosura.

Mis manos tiemblan, siento frío. Pero no me alejo de la ventana. El viento helado se cuela, pero no me importa. Veo las pequeñas casas, los edificios, las tiendas, el café y la panadería. Todas están decoradas; luces navideñas, guirnaldas, y muérdago. Un gran árbol de navidad esta plantado en el medio de la avenida con una brillante estrella dorada en lo más alto de su copa.

Las personas ríen, se abrazan, juegan con la nieve. Las parejas se besan bajo el muérdago y los niños miran el árbol de navidad con ojos deslumbrantes. Puedo ver lo felices que son. Yo me siento feliz por ellos, aunque no los conozca en lo absoluto. Sonrío ante semejante vista y me dan ganas de llorar.

Mis pies se bambolean de un lado a otro. Mis manos están un poco entumecidas pues el frío empieza a hacerse notar un poco más. Las miro, blanquecinas y venosas, han perdido todo su color. Aparto la mirada y me levanto para buscar abrigo. Esta casa sin duda se ve muy diferente a las del exterior. Se siente tan vacía, tan gris. A diferencia de las de la calle, esta no tiene nada que indique el paso de la navidad. Una lámpara cuelga del techo, y los colores de las paredes ya están opacos. Los muebles se ven solitarios y las fotografías en las repisas solo hacen que me sienta más triste. Y aunque sé que debería decorar, hacer que entre algo de luz en el lugar al que llamo hogar, esto no tendría caso alguno ya que no me quedare por mucho tiempo.

Camino hacia el sofá, y tomo la gabardina. Busco en mi habitación mis botas, un gorro y guantes, y decido dar un largo paseo. Un paseo que me permita vivir un poco de la navidad que ofrece mi alrededor.

Camino sin ningún rumbo, solo quiero sentir el frío y la nieve en mi rostro. Quiero observar los pinos, las luces navideñas. Quiero disfrutar de los colores, de los olores, de las risas de los niños. Muevo mis pies por la acera, miro como cae la nieve, como se mueven las ramas de los arboles al vaivén del viento.

Pienso en el tiempo que me queda. Reflexiono en que la vida es limitada, pero a veces es más limitada para algunas personas. Pienso en mis padres que están al otro lado del mundo; teniendo una maravillosa cena, con sus amigos y demás conocidos. Pienso en mi novio al que no he visto en una semana por el dolor que me ocasiona. Pienso en todas las personas importantes para mí. Todas ellas tienen una larga vida, tienen porque festejar esta navidad.

Yo, sin embargo, no he podido decirles la verdad. No he podido confesarles que no estaré después de esta noche buena. Que me iré, y que ya no volveré. Las lágrimas se acumulan en mis ojos, el corazón me palpita, toda clase de sentimientos encontrados pasan por mí. Busco mis audífonos en mi bolso y los instalo a mi teléfono. Escucho la sinfonía del Cascanueces de Tchaikovsky a través de una maravillosa interpretación de violín. Camino, camino, camino.

La melodía se profundiza, y mi corazón late con ella. No podré tocarla jamás; estas manos no podrán sostener un arco, no podrán tocar ninguna cuerda. Escucho el sonido con atención, y mi pecho siente una emoción ante la belleza de la melodía, mientras mis pies dan rienda suelta a un camino sin destino. Mientras oigo la melodía, veo a la gente cantar villancicos, a las madres de niños sonrientes. Verdes y rojos decoran las calles, luces de colores, y nieve. Nunca había vivido una navidad con tantos detalles.

Mientras paseo, intento no pensar en las palabras de los doctores, en las advertencias ni en sus diagnósticos. Intento olvidar, aunque la tristeza siga en mi corazón. Cada día sintiéndome débil, imaginando que podría ser alguna clase de gripe. Pero lo que tengo no se compara con una gripe. Mis padres no lo saben aun, mi novio no lo sabe. Nadie lo sabe, y por eso les escribí cartas, como se hacía en antaño, explicándole mis motivos, mis razones.

El viento me hace estremecer y la nieve cae más rápido haciendo que las calles se llenen de un blanco luminoso. Me siento mal, mis pulmones se esfuerzan al máximo por ayudarme a respirar. El tiempo se me agota, y el aliento me pesa. Camino despacio, más lento que hace unos minutos, pero quiero seguir.

Observo a la luna menguante, esta noche brilla aun más que otras veces. La armonía cambia a Beethoven con su Claro de Luna abriendo paso a un mar de nuevas emociones. Comienzos sin finales. Saludos sin despedidas. Mi vista se hace borrosa, mis piernas amenazan con colapsar, mi cuerpo desea descansar. Veo una banca al lado de una brillante farola y siento que la brisa cede un poco dejándome llegar a ella.

Tomo asiento, y el vaho que sale de mi boca parece desesperado. No sabía que estaba tan cansada. Me duelen las manos, incluso con los guantes, el frío hace estragos. Las piernas me tiemblan y mis ojos no quieren permanecer abiertos. El final está más cerca de lo que pensaba.

No quiero volver a casa, no quiero regresar a ese lugar gris y sin color. Quiero estar aquí con la navidad, rodeada de nieve, de niños alegres, de jóvenes. Quiero estar rodeada de vida aunque la vida misma ya no me pertenezca, porque si he de morir, prefiero que sea en una viva noche de navidad.