Una aventura en la selva | Cuento (3 de 9)

in #cuento6 years ago

Dejo, para consideración de los lectores, la tercera parte de mi cuento "Una aventura en la selva".

En este enlace pueden ir al inicio de la serie.

Saludos

Archivo:Richard Daintree coloured photography.jpg

Fuente

3

Contó, exagerándolas, anécdotas de su vida marinera. Bailó con otra de las muchachas, sólo para guardar las formas. Aprovechó el largo mantel que cubría la mesa para colocar su mano izquierda en la rodilla derecha de Vilna, encontrándose bajo la suave media de seda una rótula bellamente redonda. Pero tocar seda es como tener agua entre los dedos, excitante y frustrante al mismo tiempo. Un obstáculo en definitiva que salvó en una maniobra incómoda pero efectiva; y pronto pudo descansar la piel de la palma de mi padre sobre la piel de la pierna de la muchacha, cubiertas ambas de una fragante película de sudor. Sin embargo, la mano de mi padre sólo avanzó hasta la mitad del muslo de Vilna y allí se detuvo, decorosa, respetuosa de los límites que su propia prudencia le imponía; y admirada, también, de aquella textura, tan suave y tan firme, tan reveladora de una secreta fuerza, y ese descubrimiento lo embargó de felicidad porque comprendió que no hay belleza sin una dosis –a veces considerable– de fuerza, lo suave, abandonado a sí mismo, sólo puede engendrar debilidad.

Al día siguiente en la mañana, domingo, la esperaba en el paseo junto al río. Las cosas habían sucedido de manera muy tranquila, como los encuentros predestinados –y así continuaron a partir de ese día hasta unas semanas más tarde, cuando Emilio decidió emprender una nueva vida–. Una de las amigas de Vilna proporcionó la habitación donde podían encontrarse. Ni pensarlo en la pensión que ocupaba Emilio.

Los jóvenes amantes no deberían precisar nada más allá de sus cuerpos. Necesidades de orden distinto a los del placer deberían estar cubiertas por la Providencia o por el Seguro Social. Pero no sucede así; al menos, no era el caso de Vilna y Emilio: no se cansaban de conocer sus cuerpos y sus posibilidades, peros las finanzas de mi padre disminuían de forma alarmante y la estadía en la ciudad del río comenzaba a verse amenazada. La muchacha lo presionaba para que buscara trabajo, pero nada de lo que Emilio encontraba en la ciudad le interesaba. La situación no podía durar mucho tiempo más y entonces decidió consultar a su amigo Luciano.

El dueño del restaurante le sirvió una bebida verde que mi padre no conocía. "Elíxir de Atabapo", le dijo, "lo mejor para aclarar las ideas".

El licor se subía rápido a la cabeza. "Entiendo cuál es tu problema. No todos sirven para atender un negocio, ni para pasar toda la vida en el mismo lugar. Hay gente que necesita hacer las cosas con rapidez. Buscan una solución inmediata y, si es posible, definitiva. Bueno, tú eres de esos. Y esta es tierra para gente como tú. Más adentro, en la selva profunda, hay hombres y mujeres arriesgando la vida por el oro y los diamantes. Muchos sufren enfermedades, o pasan hambre, o se ven sometidos al acecho de otros hombres –los indios, otros buscadores, delincuentes– y de las fieras. No es una vida fácil, nunca lo es; si se tiene suerte y se es valiente, se puede volver en poco tiempo con mucho dinero. Yo ya estoy viejo, y me he acostumbrado a esto, mi restaurante, mi sala de baile, mi entrada segura; pero no dejo de soñar con aquello. Una vez lo intenté, hace muchos años, y no aguanté. La selva me venció. Si estás de acuerdo, quiero proponerte algo: tú vas, yo corro con los gastos".

"Para hablar con sinceridad –dijo Emilio–, no me gusta la idea de estar todo el día metido en el agua, doblada la cintura para ver si encuentro una pepita de oro."

"No te propongo eso –dijo Rojas, sonriendo–. Quiero que seas mi representante y socio. Compras oro y lo envías acá. Yo te doy el dinero para comenzar. Lo demás va saliendo de lo que negociemos aquí. No soy ambicioso. Partimos la ganancia por la mitad. Si crees que puedes hacerlo, si no tienes miedo, este es el momento".

La cabeza de mi padre da vueltas por el alcohol, pero sobre todo por las perspectivas que se abren ante él como una mujer complaciente. No es la primera vez que piensa en hacerse minero. Es algo que ya había contemplado, pero por alguna u otra razón siempre lo había postergado.

Ahora el asunto se planteaba de una manera diferente. "Este es el momento", repitió.

Una semana después remontaba el gran río en una embarcación de motor asmático. La despedida de Vilna había sido difícil. La muchacha estaba enamorada y él también creía estarlo. Es algo que le pasaría a menudo.


Gracias por la visita. Vuelvan cuando quieran.


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