El niño curado. Relato

in #creativecoin4 years ago (edited)


Mother and Child de Hanna Rönnberg (1890) - Imagen en el Dominio Público (Wikimedia Commons)

Ya Sebastián no se quejaba. Su expresión era de tranquilidad; realmente transmitía paz de solo verlo. A su lado, su madre por fin descansaba. No parecía importarle lo gastado del cojín de la silla o lo frío de la habitación; dormía profundamente cada noche desde hacía dos semanas al lado de la cama donde su hijo se recuperaba lenta y progresivamente de la tan esperada cirugía.


Antes de eso, habían sido cinco años de agotamiento. Su afección comenzó a notarse apenas nació; el niño, bajo de talla y de peso, era todo mugidos ahogados; sus ojos siempre mirando a otra parte, como quien mira dentro de otra dimensión. Nunca llegó a gritar, pero tampoco a callarse. Las noches eran iguales que los días; María ya no recordaba cuándo había comenzado a aislarlo. Primero durante las horas de sueño y luego solo exceptuando las horas de la comida y de hacer la higiene. En algún momento, los momentos de juego, los únicos que lograban conectarlo con el ahora y que hacían aparecer una sonrisa tan leve como angelical, se desvanecieron también y Sebastián no volvió a entrar a la biblioteca.

Del resto, hay que decirlo, los pocos minutos que María todavía debía soportarlo valían por miles en cuanto a irritantes e insufribles. Además, realmente nunca dejaba de oírsele al menos murmurar y zumbar en esa forma extraña y quizá exclusiva de él, gutural y tan sonora, que de vez en cuando hacía que los vecinos se quejaran.

Sebastián había crecido poco; todavía su estampa era escuálida y jipata. Enfermaba con frecuencia, pues su sistema inmunológico estuvo siempre comprometido. Sin embargo, no habría manera de determinar cuándo estaba sano y cuándo, enfermo. Su padecimiento lo oprimía las veinticuatro horas. Podía llorar o reír.


Ya en casa, se puede ver cómo en cuestión de semanas ha ganado un rosado saludable en las mejillas y solo está ligeramente ictérico. La mejoría es gradual y sostenida. María al fin puede pasar horas leyéndole los cuentos que guardaba desde niña y que siempre supo serían para él, ediciones hermosas y de todo tipo. (Antes solo podía leerle a lo mucho un par de minutos, haciendo gran esfuerzo para que, sin tener que gritar, su voz se escuchara y para que Sebastián mantuviera la vista el mayor tiempo posible en aquellas páginas que debían ser maravillosas y memorables, pero que solo por instantes lo enganchaban a la felicidad de este mundo, con un gancho flojo y resbaladizo.)

Ahora la madre le lee a su primogénito los cuentos que aún la hacen reír, fascinarse, llorar. Él permanece quieto, aparentemente atento y espléndidamente silencioso. Tal vez no falte mucho para que esta madre que al fin puede darse al disfrute de fantasías imposibles comience a extrañar esa sonrisa suave, como de ángel, que con cierta frecuencia se dejaba ver en el rostro del niño que ahora y para siempre permanecería curado.


Gracias por leer.

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Felicitaciones @marlyncabrera, una hermosa historia.

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