Lo que les voy a contar me sucedió de verdad hace un par de años...

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Ok, eso se leyó como el principio del relato erótico promedio, digo, digo, un relato de terror, ejem…

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No, pero tecleando en serio esta anécdota nos sucedió cursando el primer año de carrera; digo “nos” porque todo un salón quedó afectado por los acontecimientos que les voy a compartir. Para evitar que sea “grado 33” cambiaré algunos datos, ya saben, la privacidad y vaina.

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Ajá, voy… a la 1… a las 2… a la ¡123!

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Por aquellos días el salón de la “N2” de Contaduría Pública éramos de los más fiebrú’os al momento de la asistencia al comedor universitario, le decíamos el Mc’Comer, la verdad no nos pelábamos ni un día en ir y es que para la mayoría de nosotros (muchos que recién abandonaban el nido) era muchísimo más fácil ir a hartar comida ya hecha que prepararla la noche anterior con la dedicación de una ama de casa mientras podías ver el capítulo de turno de CSI Miami y burlarte de las veces que Horatio se quitaba y ponía los fucking lentes; aparte de recalentar la comida hecha la noche anterior… o sea, no ¡qué ladilla!

Aparte de la flojera juvenil, el ir al Mc’Comer era más un evento social que nos unía como grupo y nos ayudaba a despejar… el hambre, pues. Aparte, cuenta la leyenda que si se iba los sábados daban nuggest de pollo. Arrechos, pues. No me atrevo a confirmarlo porque mi nivel de lambuceadera no era mayor que el de flojera para atreverme a ir a la universidad un sábado, no jodasss.

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En fin, ya estoy tecleando mucha paja y no termino de contar la vaina.

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Un buen día sucedió un evento que a más de uno traumó por el resto del año…

Recuerdo que ese día sirvieron sopa, arroz, ensalada, un agua e’ jugo y unas malditas costillas guisadas que no jugaban carrito, todo el mundo se hartó esa mierda grasosa y quedaron con el colesterol al mil pero más felices que’l coño. Pues sucedió que algún hijo de su ultrasuperhiperrecontrarchiputísima madre…

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¡Ay chamo! ya va ¡déjenme agarrar aire!

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…entró al área de cocina y en confabulación con alguien le puso a las malditas costillas del demonio esas, un laxante, purgante o cualquier cosa que termine en ante y que da cagadera. Na’guará, me acuerdo de la vaina y me dan ganas de cagar. En serio.

Por supuesto que para ese momento todos los novatos ignorábamos ese suceso. Particularmente no sentí un coño madre en esos momentos ni en las horas venideras, pero bastó llegar la noche… éramos el baño y yo, el condenado no me había visto el culo tantas veces como sucedió esa noche. De pana rezaba por un milagro, que amaneciera recuperada de toda esa maldición.

En cualquier otro día yo fácilmente podría haberme dado el lujo de complacer a mi culo incontinente y quedarme todo el día en casa cagando, pero ese miércoles –y es que me acuerdo clarito- tocaba una importante prueba con nada más y nada menos que con el profesor a veces chistoso y otras tantas intimidante, exigente y el más arrecho de todos los profesores que tuvimos ese año, se trataba de Jamón Colonia e impartía Contabilidad I, ese profesor sabía cómo quitarle el sueño a sus alumnos, así que definitivamente faltar no era una opción, tendría que pasar por el suplicio de apretar bien ese culo para que no me ocurriera ningún accidente durante esa mañana porque no, el milagro no ocurrió al día siguiente, seguía teniendo esos retortijones del demonio y no miento cuando les digo que fui varias veces al baño antes de salir de la protección de mi casa.

Fui cagada pero del susto, todavía no me había cagado y por todos los cielos esperaba que no me sucediera nada malo ¡Dios, estaba en la universidad!

Por si a las moscas, mejor dicho, a los mojones, me llevé un paquete de papel tualet completo, una pantaleta y un pantalón porque cualquier cosa podía suceder.

Al llegar al salón no miré a nadie, estaba muy concentrada en no cagarme encima, nadie me molestó más que mis amistades más cercanas, me dijeron que me veía pálida, como triste… al final insistieron tanto y mi malestar era tan evidente que les dije que me estaba era cagando pero tenía que presentar el examen de Jamón Colonia, ellas también me confesaron que se sentían un poco mal pero yo estaba peor.

En una de las bajas en las ganas de cagar me dejaban pensar, pude notar que había varios que no asistieron ese día y los que estaban se removían incómodos en sus pupitres y su piel se erizaba. ¡Mierda! ¿Se estaban cagando también?
En un rato comenzaron las confesiones, las muecas de dolor, las desapariciones y reapariciones y todos aguantando por el perro de Jamón Colonia.

En la clase de Administración la profesora Desgreñada Simpeine no paraba de hablar de Fayol y este otro Taylor y todos estábamos era morados con la mierda tocándonos la compuerta para su liberación. ¡Ay, coño e’ la madre! Hizo un comentario al respecto y ocurrió la confesión masiva, todos hablaban bajito no por pena sino por temor de hacer presión en la panza y se saliera el chorro de mierda, los que tenían tos se la tenían que tragar porque si la dejaban salir se les iba a salir otra vaina y sería su fin, si te sucedía una güevoná de esas era como para abandonar la carrera, universidad, ciudad, cambiarse el nombre y toda vaina; a quien le daban ganas de soltar la carcajada cuando veía al otro literalmente doblado con los brazos alrededor de la bomba de tiempo (llámese en otros casos estómago), tenía era que sonreír, JAMÁS CARCAJEARSE sino sería su puto fin.

Unos preferían estar parados, otros contra la pared, otros cerca de los baños y unos más controlábamos nuestros esfínteres sentaditos y con la meditación más arrecha de todos los universos arrechos que hay.

Hubo una que me conmovió porque a pesar de las reverendas ganas de soltar su buena cagada no podía usar el baño porque le daba pena que escucharan el discurso de peos previos y supongo que la pudrición [me entero que esa palabra se teclea así, me lo acaba de decir el autocorrector] también le avergonzaba, aparte que vivía en otra ciudad y viajaba todos los días. Los varones sí eran más ordinarios y más de uno sí fue a descargarse, yo ni siquiera consideré esa opción porque los condenados baños eran tan sucios que si yo cagaba ahí más bien los iba a limpiar y no es que me la crea de ay sí, la que caga y huele a Suavitel aroma Bebé, la que hace rosas y claveles, no, no, es que de pana esos baños no la daban.

Lo confieso: Pagué un taxi de ida y uno de regreso para poder echar mis cagadas en la comodidad de mi casa y en mi poceta que nada me iba a reprochar, ya éramos como amigas. Bajé como dos kilos y con las ideas más puestas regresé a la universidad arruinada pero sin mierda en los pantalones, justo para presentar el examen.

Yo sudaba del nerviosismo porque los retortijones volvían con insistencia, desconsiderados y empeñados en destruirme pero por la Gloria de Dios no me cagué… por ello, roguemos al Señor... Te lo pedimos, Señor...

Apenas terminé me fui para mi poceta, digo, para la casa sin mirar a quién se cagaba, sin preguntar por nadie y sorda hasta las metras ¡No creía en nadie, menorrr!

Al siguiente día le pregunté a mi buen amigo Jumper:

-Amigo ¿Qué pasó? Se fue y no presentó el examen.

-Ah, pues, amiga ¿por qué más va a ser?

Yo estaba clara y me eché a reír (Ya podía porque la maldición había desaparecido).

-Pero cuente cómo fue.

-Bueno, amiga, yo me fui corriendo como llanero borracho después de ver a la Llorona para agarrar un taxi, mientras esperaba que llegara estaba era apretando ese culo, no jooodaaa, como dice Er Conde del Guácharo: de ahí no sale nadie ni que sea familia de Chávez. Yo no me iba a cagar ahí.

Yo muerta de risa porque a mí misma me pasó ese beta. Jumper continuó:

-Entonces llegó un carrito ahí todo aporreado y hediondo a gasolina y me dije: ahí mismo es. El tipo del taxi iba a paso de vencedores y echándome un poco e’ cuentos a los que yo no le estaba parando bolas, apretaba y apretaba ese culo, pero era peo y peo, en eso no aguanté más y le dije: mira, pana, pagué el taxi porque ME ESTOY ES CAGANNNDOO, oyó. El tipo se puso serio y lo que le dio fue chola a esa verga y yo ligando que no se quedara accidentado porque le sonaba todo, pero llegó hasta la casa y ya fue, lo logré, pues, no me le cagué en el carro. Fue arrecho, amiga, no son juegos.

A los días nos enteramos que lo que había sido eran las costillas y de hecho ya lo sospechábamos porque hubo gente que no se comió la ensalada o la sopa, otros no tomaron el jugo pero todos comimos las costillas del coño esas. Por supuesto no sólo la “N2” estuvo afectada por las mismas sino TODAS Y CADA UNA DE LAS PERSONAS QUE COMIERON ESE DÍA en el Mc’Comer. Las anécdotas de cada uno eran graciosas y con todas nos identificábamos, de pana fue una vaina loca, la diarrea colectiva, pues.

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¡AH! ¿Sí sabes quién volvió a ir al puto Mac’Comer, no?

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